En medio de la carretera interestelar 42, dentro de un coche que flotaba en el vacío del espacio, iban tres personajes bastante peculiares: Luis, el piloto que nunca había aprobado su examen de conducir, Toño, un robot con ansiedad, y Sofía, una gata que hablaba y que tenía un talento especial para hacer lo más absurdo parecer lógico.
—¿Seguros de que esta es la ruta correcta? —preguntó Luis mientras ajustaba su casco espacial, completamente innecesario porque, claro, el coche tenía burbuja de oxígeno.
—¡Te lo dije mil veces! Sigue las coordenadas que nos dio la aplicación GalaxiMaps —respondió Sofía, estirándose en el asiento trasero. Miraba las estrellas como si fueran ratones intergalácticos a punto de ser cazados.
—Tengo un mal presentimiento —dijo Toño, el robot que nunca dejaba de parpadear sus luces rojas—. ¿Sabían que las probabilidades de morir en un accidente espacial son del 7.823%?
Luis ignoró el comentario y siguió conduciendo, aunque era difícil mantenerse en línea recta cuando el coche no tenía un camino, sino simplemente un abismo sin fin. Estaban en una misión sencilla: recoger polvo estelar para una planta de energía. Fácil, ¿verdad? Pero nada en el espacio es fácil, y menos cuando Sofía decidió abrir la ventana para «ver de cerca» un cometa que pasaba a toda velocidad.
—¡Cierra eso! —gritó Toño, temblando mientras sus circuitos detectaban peligro.
—¡Chicos, ese cometa no es normal! —exclamó Sofía mientras lo observaba de cerca—. Va a estallar en cualquier momento y destruir toda esta región del espacio.
Luis frenó de golpe, algo que nunca es buena idea en el espacio. El coche dio una vuelta y quedaron mirando el cometa que efectivamente comenzaba a brillar con demasiada intensidad.
—No podemos dejar que eso pase —dijo Luis.
—No soy un héroe, soy un robot de asistencia —Toño balbuceaba—. Mi función es ayudarte a encontrar las llaves, no salvar galaxias.
—Vamos a protegerlo —ordenó Sofía, relamiéndose—. Si lo cuidamos y lo guiamos, quizás podamos redirigir su energía.
Con una mezcla de ingenio, suerte, y pura necedad, los tres lograron desviar el cometa a un lugar seguro, evitando el desastre. A partir de ese día, fueron conocidos como los “Protectores del Cometa”, aunque la gata insistía en llamarlos “Los Felinos Estelares”.
—Espero que la próxima misión sea más tranquila —murmuró Toño, mientras la nave avanzaba, flotando hacia su siguiente aventura.
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