El tren de Extremadura

El tren de Extremadura

Alicia se acomodó en el asiento trasero del Blablacar, con su maleta llena para un fin de semana en Cáceres. «El tren de Extremadura es horrible», pensó, recordando los comentarios de sus amigos. ¿Por qué someterse a un viaje de cuatro horas en un vagón con asientos más duros que una roca? Mejor un coche, con gente simpática, risas y, sobre todo, opciones para parar a comer.

El conductor, un hombre de mediana edad llamado Fernando, la saludó con una amplia sonrisa y una calva brillante que resplandecía bajo el sol. «¡Listo para la aventura!», exclamó, mientras subía a dos jóvenes más, Ana y Pedro, que parecían recién salidos de un festival, llenos de energía y olor a locura.

“¿Vamos a Cáceres? ¡Genial! ¡Ya he leído sobre su murallas!”, dijo Ana, entusiasmada. Pedro asintió, sosteniendo un bocadillo en una mano y un altavoz en la otra. “¡Eso y las tapas! ¿Quién quiere escuchar música?”

Alicia, pensando que un viaje a Cáceres debía incluir buena música, dijo: “Me apunto, pero que no sea reggaetón, por favor”. Fernando puso en marcha el coche, y mientras pedía que le pasaran la lista de reproducción, se dio cuenta de que tenía más preguntas que respuestas.

“¿Alguien ha viajado antes con Blablacar?” preguntó, rompiendo el hielo. Todos asintieron, pero Pedro se adelantó: “Una vez compartí coche con un mago. No sé cómo lo hizo, pero desapareció cuando llegó la cuenta del peaje”. La risa fue unánime y la conversación fluyó mientras se acercaban a la primera parada: una gasolinera.

Alicia se bajó a comprar patatas, pero al volver, se encontró con que el coche estaba rodeado de turistas tomándose selfies junto a él. “¿Qué hacen?”, preguntó, incrédula. “Fernando les dijo que era un coche famoso”, rió Ana. “¿Famoso? ¡Si solo es un Hyundai!”, exclamó Alicia, y todos estallaron en carcajadas.

En medio de risas y anécdotas, el viaje se convirtió en un espectáculo improvisado. A medida que avanzaban, cada vez que pasaban un peaje, Pedro hacía una mueca exagerada, como si le doliera el bolsillo. “¡El peaje está robando mi dinero!”, gritó, mientras Fernando fingía llorar.

Finalmente, tras varias paradas y muchas risas, llegaron a Cáceres. Alicia salió del coche con una sonrisa, y no solo por el destino, sino por el viaje que había sido una auténtica locura. “¿Volvemos juntos?”, preguntó. Todos asintieron, sabiendo que el tren de Extremadura podría esperar un poco más.

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