«…Karim, un estudiante de sonrisa contagiosa, dice que lo más importante del blablacar es el ‘blabla’ y no el ‘car’, de ahí que haya dos ‘blas’ y un solo ‘car’, una reflexión que Laura, sonriendo y con su bonito acento cordobés, tilda de chiste malo, añadiendo que lo esencial es el ‘car’, pues no le hace falta ni siquiera un ‘bla’. Entusiasmado con el blablablá, para seguir la broma propongo montar la plataforma blablahouse, una ocurrencia que en principio nos hace reír pero que enseguida nos sirve para lamentarnos de los precios de la gasolina y la vivienda. Pero pronto volvemos a jugar, quedan varios kilómetros hasta la casilla de llegada, así que Laura habla de un blablajob que contentará a los trabajadores, Karim insinúa que un muamuacar tendrá éxito seguro, y Sandra, la más joven del coche, nos sorprende opinando que un blablaváter en un bar funcionará más o menos como un glugluboat en el mar. Y así los cuatro hacemos camino en jajacar, no al andar, disparatando con cierto sentido…»

—En dos minutos llegará a su destino. Ya puede abonar el precio del trayecto con su huella digital. Hidrátese y póngase la mascarilla antes de salir. Le recuerdo que hoy está de oferta el shawarma singularizado, compuesto de…

Tras la interrupción de la IA, Mónika apaga el libro electrónico, cierra los ojos y escucha atentamente la composición del shawarma. Después mira a uno y otro lado de la cabina: la nevera, los vasos, el holograma, la mesa con el portátil, los cojines, sus gafas cargándose, sus zapatillas rojas, incluso su soledad. Y ya que la IA la conduce a su destino, se entretiene observando la ardiente y contaminada ciudad a través de las ventanillas, recordando lo que acaba de leer, un fragmento del extraño relato de ciencia ficción titulado ‘Blablaquoi’, que la ha acompañado en sus últimos viajes. La urbe, con sus altos edificios, sus enormes pantallas publicitarias y sus cientos de vehículos individuales profilácticos, le parece tan seca y amarga como su boca, tan sosa como su ruta habitual.

Cuando la IA avisa que falta un minuto para llegar, Mónika se calza las zapatillas, guarda su móvil en el bolso y se pone las gafas antes de mirar por última vez el paisaje.  «Blablacity», se dice tras imaginar lo que esconden las miles de ventanas de la ciudad, y entonces de nuevo la sorprende la IA:

—Hemos llegado al fin.

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