Viajar en coche siempre me gustó, los viajes de niña asomada por la ventana, viendo cómo los árboles pasaban rápido por mi lado como si de una maratón se tratara. Y yo, me ponía el objetivo de contarlos todos a ver hasta cuánto era capaz. 

Me cansaba rápido, claro; aquello era demasiado para unos ojos que veían la vida despacio. 

De adulta disfruto los viajes al volante, aunque conecto con esa niña cuando me toca de copiloto (qué gusto). Pero conducir te lleva a otros escenarios: empodera, vas a tu ritmo, eliges la música, conoces a personas divertidas, insoportables, interesantes, y a las que no puedes etiquetar porque no has escuchado sus voces. 

Hubo un viaje que me marcó. No recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo. ¡Qué fácil hacernos la vida amena y conectar con el otro! Qué pena que no se practique tanto. 

Era un chico de Valencia, con un salero que parecía gaditano. Contaba miles de anécdotas, preguntaba mucho más de lo que hablaba: me gusta la gente que pregunta. 

Paramos a descansar, y encontramos un bar en medio de la plaza de un pueblo el cual no recuerdo. Qué plaza, qué ambiente. Había un mercado ecológico: mermeladas, frutas de temporada, quesos, vino del terreno… Un lugar donde quedarse un ratito más. 

Nadie tenía prisa, y para el disfrute no existe el reloj. Ahí estuvimos. 

Un señor se nos acercó al vernos reír y nos dijo: seguid así, muchachos, la vida es corta y la risa nunca hay que disimularla. 

Pude observar cómo en sus ojos había un brillo especial. Hablo del brillo que tiene una persona que se ilusiona ante las cosas reales de la vida, lo importante, lo esencial, en este caso: la risa.

Me vi reflejada en él y pensé: seguro que él también sacaba la cabeza por la ventana del coche y cerraba los ojos. Y es que, finalmente, viajar en coche es observar cómo la vida se va yendo, cómo algo que ves ya no está, dura un segundo, cómo la naturaleza te acaricia la cara y te alimenta de su olor. 

Solo hay que saber observar, apreciar, y vivir aquello que tienes delante. Y mirar al otro con una mirada de alguien que simplemente quiere compartir un rato en esta vida tan rápida, y disfrutarlo lento, para que sintamos de algún modo que el final está lejos, antes de volver.

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