“Bienvenidos a Madrid y gracias por volar con nosotros” —fueron las primeras palabras que escuchó al saberse en tierra firme. Al salir del aeropuerto Solange caminó estoicamente y sin prisa hacia el punto de encuentro. El BlaBlaCar que le había reservado su prometido la estaba esperando. Un Fiat rojo descapotable la miraba seductoramente, sin disimulo, mientras que en su cabeza ya comenzaba el soundtrack de Bella Ciao. Sol, siempre propensa a mejorar su realidad inmediata con fantasías pop, se dirigía al pueblo natal de su prometido. El coche la llevaría de Madrid a La Mancha, sin duda un largo y quijotesco camino a recorrer.
Sol se disponía a dormir cuando, en su usual distracción, finalmente se percató de que había una pasajera más en el coche.
—Hola, ¿usted también se dirige a La Mancha? —preguntó Sol.
— Si hija y llevo prisa, que me llega visita esta tarde.
— Ahh —asintió Sol mientras intentaba inútilmente descifrar la vida de esta mujer misteriosa.
—¿Vas a La Mancha de turista? —preguntó la mujer misterios.
— No —sonrió Sol— voy a conocer a mi futura suegra.
— ¿Y te cae bien? —indagó misterios.
— No la conozco —dijo Sol— pero no queriendo ser grosera y de pocas palabras, agregó —la verdad es que siempre llama en los peores momentos. Además, mi prometido le envía grandes cantidades de dinero, pero ella siempre le pide más. Tendré que hacer un esfuerzo muy grande para llevarnos bien.
La charla continuó con minuciosos detalles sobre la vida de Sol. Al final del trayecto Solange, ya despojada de todo sentimiento negativo, estaba más que lista para enfrentar a su suegra con su mejor sonrisa. El conductor callado y atento, dejó a ambas en la plaza principal y se despidió amablemente, pero sin efusividad. Las mujeres comenzaron a caminar cuesta arriba, cada una hacia su destino. Solo que, al parecer, se dirigían a la misma calle, luego al mismo edificio y, finalmente, al mismo portal. Sol comenzó a sudar y, al percatarse de que me ambas bajaban del ascensor en el mismo nivel, comenzó a temblar. Sintió que flotaba mientras gordas gotas de vergüenza esquiaban por sus mejillas. “Nada de lo que dije era en serio, lo juro” —murmuraba Sol. “Bonita, no te preocupes” —respondió su compañera de viaje— “La amargada de la puerta de enfrente es tu suegra. Y por mí no te preocupes. Yo, soy una tumba”.
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