– ¿Tomuko Rodríguez? –me preguntó el conductor del BlaBlaCar.
Asentí con la cabeza, no quería coger frío en la garganta. Abrí la puerta de atrás y entré en el coche.
– Soy Suso. Perdona el retraso –dijo poniéndose de nuevo en marcha–. Había un poco de caravana.
– No hay problema –sonreí a las otras dos compañeras de viaje.
Delante había una mujer quizás un poco mayor que mi madre y a mi lado una señora, más o menos de la edad de mi abuela. Suso podría tener unos diez años más que yo.
– ¿Le molesta aquí el bolso? –pregunté a la señora antes de colocarlo entre las dos.
– No cariño –dijo al momento–. Entonces, te llamas Tomuko. No lo había oído.
– Sí –sonreí–. Es poco habitual.
– Es un nombre raro –siguió–. ¿Eres extranjera?
– No –respondí un poco extrañada–. Es largo de explicar.
Guardé silencio. Los viajes siempre son aventuras, sobre todo si los compartes. Sabía que, más tarde, era probable que les contara que mis padres estuvieron en París de viaje de novios. Intentando ahorrar, usaron Comuto, el nombre original de Blablacar según me contaron, para viajar en coche compartido. Algo novedoso y desconocido en España. Les hizo gracia la inversión de silabas con el nombre Tomuko, la protagonista de La leyenda de los cinco anillos. Un juego de cartas de su adolescencia que adoran. Creo que vine de París con el nombre puesto antes de nacer.
La señora esperaba respuesta e insistió:
– Suena bonito y se puede pronunciar. Recuerdo cuando estaba de moda aquella película de naves espaciales. A las niñas les pusieron ese nombre que aún me cuesta pronunciar ¿Cómo es? –cerró los ojos– ¿Laya?
– Leia –respondió la mujer de adelante volviéndose–. Yo me llamo así.
– Perdón. Espero no haberte molestado –la señora se movió en el asiento apretándose las manos y continuó–. Me estoy acordando también cuando a algún niño le pusieron Kevin Cosner de Jesús. Que maldad, ¿verdad?
– Y… así me llamo yo, señora –le dijo Suso mirándola por el espejo retrovisor–. Dos de dos. Y su nombre nos dijo que es…
– Angustias. María de las Angustias –respondió la señora en un hilo de voz e intentando sonreír– Bonito nombre, ¿verdad?
Rompimos a reír, también la señora. Al silencio no le dio tiempo de acompañarnos el resto del viaje.
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