Sucedió en un coche.
Sucedió en un coche que, como en ocasiones anteriores, yo volvía a mi ciudad a ver a mi familia y amigos, cómo ya era habitual en este tipo de trayectos, decidí viajar con gente desconocida: a veces españoles y otras, extranjeros; unas veces mujeres y otras tantas, hombres; algunas veces pasajeros de 20 años y algunas otras, de 50.
Esta vez íbamos 4 individuos en mi coche. Yo como conductor; dos chicas, amigas entre ellas, en los asientos de atrás y otra chica, de mi edad, en el asiento del copiloto. Durante 5 horas de trayecto, los dos jóvenes, fuimos hablando sobre nuestras vidas: «¿dónde trabajas?», «¿dónde vives?», «¿cuál es el motivo del viaje?»… Conforme se iban sumando kilómetros en el contador, las conversaciones se iban haciendo poco a poco más personales: «¿qué haces en tu tiempo libre?», «¿qué artistas escuchas?», «¿cuáles son tus pasiones?»… Hasta que comenzamos a hablar de amor y de amores, de desamor y de desamores.
Resultó que ambos teníamos mucho en común, los mismos gustos, las mismas pasiones, la misma suerte en el amor… Y por destino o por casualidad, ambos habíamos trazado el mismo camino en nuestras vidas; nos habíamos mudado de Valencia a Cataluña, ambos llevábamos poco tiempo viviendo en nuestras respectivas ciudades y ambos teníamos pocos amigos en nuestra nueva vida, así que decidimos hacer planes juntos para retomar esa vida social perdida en aquella, nuestra anterior ciudad, nuestra querida Valencia.
Las primeras quedadas fueron muy frías y distantes, éramos algo similar a dos desconocidos compartiendo una mesa de la terraza bajo el sol, ella con una sangría y yo con una cerveza (Turia, como no podía ser de otra manera).
A partir de la cuarta cita, hicimos una travesía de 3 días por el Pirineo. 3 días en los que los dos estábamos sudados, exhaustos, con los pensamientos centrados en no caer precipicio abajo. Esto último facilitó el no pensar en la relación de amistad que teníamos ambos, tanto ella como yo actuábamos por instinto, nos dejábamos llevar por nuestros estímulos más primarios.
Seguimos caminando y, una vez alcanzada aquella cima de 3000 metros que tanto deseábamos coronar, en un momento de enorme alegría que deseaba ser liberada y un éxtasis insaciable en nuestros cuerpos, sucedió aquello que ambos deseábamos pero que callábamos por vergüenza.
Sucedió en un coche que conocí al amor de mi vida.
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