Un destello en el vacío

Un destello en el vacío

amante literario

30/09/2024

El 7 de enero de 2021, decidí regresar a Madrid tras unas semanas en Motril, donde pasé las fiestas con la familia de Lorenzo, un compañero de trabajo que, al saber que llevaba un par de años sumido en mi soledad, me había invitado a pasar las fiestas con su familia. Aquel descanso me había dado algo de perspectiva, y pensé que era hora de volver a mi rutina. Su familia me acogió con los brazos abiertos, tanto que, cuando me despedí esa mañana, me sorprendió sentir un leve vacío. Reservé un BlaBlaCar con Jamie, un conductor que me transmitía confianza por sus reseñas. Al subirme al coche, lo primero que me soltó fue: «Veo que no soy el único loco que ignora la alerta por la nevada». Mi respuesta fue directa: “No me creo nada. Siempre exageran”. Ambos reímos, sin imaginar lo que nos esperaba.

Las primeras horas de viaje transcurrieron entre charlas amenas. Jamie había pasado por una situación complicada: despedido, solo y con el mundo paralizado, había acabado aislado en un hotel. No pude evitar sentirme identificado con su relato. Yo también estaba atrapado en una especie de crisis existencial, sin inspiración ni motivación para pintar. La conversación nos hizo el viaje más llevadero, pero no pudimos ignorar por mucho tiempo las constantes alertas sobre la nevada que irrumpían en la radio.

Después de cuatro horas, decidimos detenernos a repostar, acabando en un pueblo solitario de Toledo. La carretera se cubría rápidamente de nieve, y la gasolinera donde paramos estaba desierta, salvo por una televisión encendida y la puerta abierta, como si alguien hubiera sido obligado a salir huyendo. Cuando volvimos al coche, descubrimos que estábamos atrapados por la nieve e incomunicados, debido a la escasa cobertura. Fue en ese momento cuando vimos a una anciana caminando bajo la nieve, empapada, pero decidida. Sin pensar demasiado, decidimos seguirla.

La seguimos hasta un bar que, a pesar de parecer cerrado, estaba lleno de vida. Al cruzar la puerta, nos encontramos con unas 60 personas riendo, bebiendo y disfrutando, como si la tormenta fuera solo un rumor lejano. Tras una mirada cómplice con Jaime, decidimos unirnos a ellos. En medio de ese cálido ambiente, nos dimos cuenta que después de mucho tiempo sin encontrar nuestra identidad, habíamos descubierto en Villarejo de Montalbán aquello que tanto habíamos estado buscando: un lugar al que llamar hogar.

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