El viaje de las patatas misteriosas

El viaje de las patatas misteriosas

J

29/09/2024

Eran las siete de la mañana cuando subí al coche compartido que me llevaría de Madrid a Valencia. El conductor, Carlos, parecía amable y tenía una sonrisa que inspiraba confianza. En el asiento del copiloto estaba Lucía, una chica con auriculares gigantes y un libro de ciencia ficción. En la parte trasera, además de mí, estaba Juan, un hombre que llevaba una bolsa enorme de patatas.

El viaje comenzó sin contratiempos. Después de los saludos iniciales, el silencio se hizo cómodo. Pero a mitad de camino, Juan empezó a moverse inquieto.

—¿Todo bien? —le preguntó Carlos por el espejo retrovisor.

—Sí, sí, todo bien —respondió Juan, aunque su mirada decía lo contrario.

Unos minutos después, Juan abrió su bolsa y comenzó a sacar patatas. Pero no eran patatas normales; estaban pintadas con caritas sonrientes. Nos miró y dijo:

—¿Os gustaría conocer a mis amigos?

Lucía y yo nos miramos con sorpresa. Carlos, sin perder la calma, dijo:

—Claro, cuéntanos sobre ellos.

Juan comenzó a presentar cada patata por nombre. Había «Patato», «Patatín» y «Patatón». Cada uno tenía una personalidad distinta, según él. Mientras hablaba, movía las patatas como si fueran marionetas.

Tratando de mantener la compostura, le seguimos el juego. Lucía incluso comenzó a hacer preguntas a «Patato», quien resultó ser muy aficionado al baile. Juan hizo que «Patato» bailara salsa en el asiento trasero, lo que provocó risas entre todos.

La situación se volvió aún más surrealista cuando Juan sacó una pequeña guitarra y comenzó a tocar una canción que, según él, era el himno de las patatas felices. Todos terminamos cantando el estribillo: «¡Patatas, patatas, siempre alegres están!»

Al llegar a Valencia, nos despedimos de Juan y sus patatas con un gran sentido de camaradería. Nunca supe si Juan estaba bromeando o si realmente creía que sus patatas tenían vida, pero aquel viaje convirtió una ruta ordinaria en una aventura inolvidable.

Cuando volví a casa, no pude evitar comprar una bolsa de patatas y dibujarles caritas. Ahora, cada vez que viajo, llevo conmigo a «Patatín» para recordar que, a veces, la vida te sorprende en los lugares más inesperados.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS