Buscando la tranquilidad en mi viaje de rutina, ajusté el retrovisor y respiré hondo; en mi mente, como cualquier otro día, sólo era una hora de viaje de Valladolid a Lerma, un sencillo trayecto que había recorrido cientos de veces. Vamos, un día como cualquier otro.
Hoy no llevaba copiloto, sino a una madre, Alba, junto a su pequeña Sofía, de 4 años, en los asientos de atrás, quien movía sus pies inquietos y observaba todo a su alrededor.
Alba sonreía mientras contemplaba a su hija eufórica, y no era para menos, ya que ese día era el cumpleaños de Sofía. Llevaba una preciosa corona que había hecho esa mañana y venía entusiasmada porque le habían cantado el “Cumpleaños feliz”.
En su afán por querer enseñarme su preciosa corona la lanzó para el asiento delantero, ya que ella no podía desabrocharse de su silla.
¿Y qué fue lo que descubrí? Que la corona llevaba un montón de purpurina. Cual película a cámara lenta, contemplé cómo parecía haber lanzado un hechizo, dejando una gran estela de destellos brillantes.
– ¡Mamá, mamá! ¡Hago magia! – gritó Sofía, mientras agitaba las manos con una mezcla de sorpresa y alegría en su voz.
La sorpresa se la llevó su madre cuando vio que el asiento delantero ya no era gris, sino dorado.
– ¡Perdón, perdón, perdón…!¡Te pago la limpieza, de verdad! – No sé cuántas veces lo repitió.
Yo empecé a reírme a carcajadas, y contagié mi risa a Sofía, quien a su vez la contagió a su madre, que empezó a tranquilizarse un poco más.
Inmersos ya en la situación, Sofía decidió que el viaje necesitaba un toque más de fantasía, así que sacó de su bolsillo confeti y lo sopló haciendo que se esparciera por todo el coche, logrando que se colase en los rincones más insospechados, todavía hoy lo puedo confirmar.
– Esto sí que no lo vi venir – dijo Alba entre lágrimas y risas, mientras intentaba recoger el confeti con las manos.
Hicimos una parada inesperada en Villahoz porque me reí tanto que las lágrimas no paraban de brotar de la risa, se empañaron las gafas y me dio el hipo.
Hoy en día, cuento esta anécdota cuando me preguntan: “¿por qué hay purpurina en el coche?”, recordando la magia de aquel viaje, ya que no importan los kilómetros recorridos, sino lo que sucede entre ellos.
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