El paisano que llegó el último era chino. Chino de la China, ¿vale?, que tenemos la mala costumbre de llamar chino a cualquier asiático de ojos estirados.

El hombre, QUE ERA CHINO, como te digo, viajó en el asiento de atrás, y de vez en cuando soltaba frases chillonas, en su jerga, pero parecían amables, no sé por qué.

Reía con grititos pajareros, como si entendiera lo que se estaba hablando; incluso cuando la alemana decía alguna simpleza cómo: «tragfico pagece gapido, asi llegagemos en hoga». Que son gente amable los chinos, tú.

Yo me sorprendí cuando le vi; ¡cuidao, que yo no soy racista!, ¿vale? Lo que pasa es que la persona que me contactó en Blablacar, tenía un acento andaluz que “no se le podía aguantar, por la gloría de su madre”. Creo que de Cádiz o Huelva porque me dijo: «de dónde zalíd uztedez».

La alemana se llamaba Elga. Era voluminosa y se escalfó en el asiento de alante. La paisana, parece que no podía evitar dar órdenes  mandonas si me equivocaba al coger un desvío. Yo pensaba: «no le lleves la contraria a esta, qué si te da un cépele, te llevabas los dientes en un cucurucho».

Luego estaba Antonio. Llamarme toñín, me dijo. Ya ves tú, como para explicarle a Chung y a la prusiana el lío de la eñe nacional. Toñín era simpático y flaco, pero flaco, oye, y mazo charlatán . Le hacía chistes al compañero de asiento, Chung, el chino, que le atendía las gracias, mirándole sonriente, sin coscarse de nada.

Se nos hizo de noche, y con la murga del motor, Elga empezó a dar cabezazos, tiesa como un palo, (arriba y abajo), y los de atrás, acabaron sobaos. La carretera se veía larga y negra; como siniestra, oye. 

Llevábamos una buena tirada sin tráfico, cuando nos cruzó un camión a toda leche con las largas. Todos se sobresaltaron un momento con el zarandeo, pero en seguida volvieron a cuajarse.

Ya había pasado un buen rato, cuando se me escapó: —¡Qué raroٳ , deberíamos haber llegado ya a Rondera, y no acaba nunca esta puñetera recta.

—Ya sé lo que ha pasado, —soltó Toñín, tope serio, —el camión nos ha matado y vamos camino de la eternidad.

Me quedé mudo un buen trecho rumiando, mosca, la parida, y los otros dos (Chung en orsay) tampoco dijeron ni mu hasta que, por fin, aparecieron al fondo, ¡Puff!, menudo capullo!, las luces del pueblo.

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