Bla, bla, bla….Car

Bla, bla, bla….Car

 15 de agosto, seis de la mañana. Adrián y yo esperábamos con el conductor de BlaBlaCar a nuestra compañera de viaje, volvíamos a Madrid.

 A lo lejos, se escuchaba un ruido ensordecedor que, poco a poco, se hacía más cercano. Entonces la vimos, con su maleta de ruedas a modo de tanqueta por medio de la calle adoquinada; ir por la acera no iba con ella.

 –¡Hola!, ¡Me llamo Mercedes!, dijo con una voz algo más que chillona. Nosotros nos presentamos, susurrando, para ver si la señora se hacía cargo de lo inoportuno de sus alaridos a horas tan tempranas.

 José, que así se llamaba el conductor, corrió a cargar las maletas y emprender el viaje antes de que los vecinos salieran a despedirnos.

 Empujé al crío al asiento trasero y subí tras él. Esperaba que Mercedes eligiese el asiento del acompañante, pero eso no formaba parte de sus planes. Íbamos como sardinas porque Mercedes llevaba un bolso de mano que ocupaba otra plaza.

 Entonces, empezó su interminable monólogo. Nos habló de todo su árbol genealógico.

 El conductor miraba por el retrovisor asombrado, la señora era una metralleta de la palabra. Pensó que lo mejor sería parar en una estación de servicio, estirar las piernas y tomar algo de almuerzo. Mercedes decidió quedarse dentro del coche, en modo «recargando».

 Cuando volvíamos al vehículo, José nos obsequió con una bolsa que contenía un zumo para Adrián y una caja de Miguelitos de la Roda para mí. Creo que el regalo fue a modo de indemnización.

 De nuevo en ruta, Mercedes dedicó el tiempo restante a hablarnos de sus vecinas. Tampoco dejó títere con cabeza.

 –Perdona, hija, ¿te molesta si me echo un «poco» de colonia?

 –Si es fuerte, mejor no. Me duele la cabeza, y los olores fuertes me marean.

 –Pero esta colonia no es fuerte, querida.

 Mercedes lo que hizo fue fumigar el vehículo con algo que te hacía dudar si era colonia o gas mostaza.

 –¿Pero, de qué es la colonia, señora?

 –Colonia de mora. Me dijo muy ufana.

 –Colonia de mora… ¡¡¡Señora!!!

Jamás agradeceré tanto un regalo como el que me hizo José, le di a Adrián la caja de Miguelitos… y yo me quedé con la bolsa. La daría un buen uso.

Ya en Madrid, agradecimos a José su amabilidad. Con Mercedes no volvimos a coincidir, pero su esencia, nos acompañó durante mucho tiempo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS