Era un martes por la mañana cuando decidí, de manera algo improvisada, que necesitaba un respiro. Andorra, el pequeño país en los Pirineos, parecía el destino perfecto. Montañas, naturaleza, y un poco de aire fresco. Así que entré a BlaBlaCar y encontré una opción que parecía ideal: un conductor llamado Sergio salía en unas horas y, según el mapa, el trayecto se veía perfecto. Hice la reserva y me preparé para lo que imaginé sería un viaje tranquilo hacia las montañas.
Al abordar el coche, los otros pasajeros parecían simpáticos, aunque ninguno mencionaba Andorra, lo cual me pareció un poco raro, pero lo atribuí a que tal vez también iban a hacer algo rápido en la frontera, como yo. La conversación fluía: que si el clima, que si las mejores rutas de senderismo. Todo iba bien hasta que, después de unas dos horas de trayecto, empecé a notar que el paisaje no coincidía con lo que esperaba. Menos montañas, más campos, más carreteras rurales.
«¿Cuánto falta para llegar a Andorra?», pregunté casualmente, a lo que Sergio, el conductor, me contestó con una sonrisa: «Ya casi, estamos a unos 30 minutos de Andorra… Teruel.»
Una sensación de incertidumbre mezclada con confusión me invadió. «¿Cómo que Teruel?», dije, sintiendo que algo no iba como esperaba. Sergio me miró por el retrovisor, frunciendo el ceño. «Sí, Andorra, el pueblo de Teruel. ¿No es ahí donde ibas?»
Fue en ese momento cuando mi cerebro finalmente conectó los puntos. Andorra, el pueblo en Teruel, no el país de Andorra. No podía creer mi error, pero claro, allí estaba, a punto de llegar a un pequeño pueblo aragonés en vez del país enclavado en los Pirineos. Las risas no tardaron en brotar cuando les expliqué mi confusión, y por suerte, tomamos todo con humor.
Finalmente llegamos a Andorra, pero no la Andorra que había imaginado. El pueblo era pintoresco y encantador a su manera. Decidí aprovechar la oportunidad y explorar lo que el destino me había deparado. Comí en una taberna local y recorrí sus calles, mientras planeaba cómo llegar realmente a mi destino original.
Al final, resultó ser una historia que contar, una de esas anécdotas que hacen que viajar, sea siempre una aventura.
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