Junio de 2021. Un trayecto, Bilbao-Madrid. Recogía dos pasajeros en Bilbao, una chica y un chico. La siguiente parada me llevaría al tercer pasajero, un mozo de Miranda de Ebro. Allí, durante la espera, comencé a sentir molestias en mi abdomen. Seguimos el viaje. Conversaciones amenas, entrecortadas, superficiales, motivaciones del viaje, etc. Mi malestar provocó una parada en el Área Ribera del Duero. Ni el café, ni los pequeños paseos dados en aquel área, apaciguaron el dolor. Ella observó mi malestar, y fue la primera en preguntarme. Arrancamos, 10 minutos de andadura, la responsabilidad de llevar tres pasajeros aumentaba mi nerviosismo.

  • Chicos, ¿alguno de vosotros sabe conducir un coche automático? No me encuentro bien, y llevar el coche en estas condiciones no es una buena decisión.

El mirandés contestó que sí, él podía llevar el coche sin problema. Me senté a su lado. Ir más estirado, menos tenso, aliviaba la situación. De esa manera, algo más tranquilo, llegamos a la Plaza Castilla, en Madrid, destino final para mis tres acompañantes. Les dije que podría trasladarme al hotel cercano que había reservado. Una buena siesta, seguramente, calmaría esa desazón.

Nos despedimos. En el hotel, esperaba mi habitación, paraíso que anhelaba, que alejara aquel mal viaje. Vueltas en la cama, sudaba, no conseguía conciliar un mínimo sueño. Hablé con mi novia, alterada al no estar presente, lejos, a cientos de km. La hermana y su pareja, me acompañarían esa tarde a un improvisado hospital. Allí me acerqué, no era momento para seguir intentando solucionar algo que ya no podía controlar.

La espera fue corta, el triaje eficaz, una pequeña espera con los protocolos pertinentes. Le pregunté al doctor, tras explorar mi abdomen:

  • ¿Qué me pasa doctor?
  • Nada, que tienes una apendicitis de libro. No me queda otra opción que ingresarte esta noche, y mañana a primera hora realizar la intervención pertinente. Los calmantes aliviarán estas primeras horas el dolor y podrás dormir tranquilo.

La historia no da para más, una cirugía sin complicaciones, un postoperatorio rápido, una vuelta a casa en dos días.

Seguramente mis viajeros no saben qué sucedió aquel día, me pierdo en la memoria, aunque creo que escribí a la muchacha. Al pasajero que tomó las riendas de la conducción sólo puedo agradecerle su iniciativa. Puede ser que vea este pequeño relato, muestra de que la solidaridad existe en cada viaje, de la cercanía que se genera en cada desplazamiento. Gracias.

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