Apenas cuarenta centímetros de una cabilla a la otra, en ese espacio va sentado en un banco. Los pasajeros son muy diversos, en común solo la cantidad de dinero. Las paradas son frecuentes, ¿La velocidad?, la máxima permitida por este coche del infierno, equipo de cargas adaptado para personas.

Y allí va solo, en ayunas, un hombre persiguiendo una ilusión, pensando en lo ocurrido en casa la noche anterior:

—Si se fue, amárrate los huevos con alambre de púa—le dijo el padre mientras su tío hizo un gesto de desaprobación. — ¿Qué podrá saber este solterón, nunca tuvo mujer?—Ofendió el padre.

    Esa noche el tío le hizo una confesión:

    —Llegué a la Estación del Ferrocarril de ese pueblo, había muchas personas. Ella notó mi desconcierto—No te preocupes, te pones aquí conmigo—Antes de abordar el tren ya la había besado. Tenía unos ojos bellos y sobre todo una linda sonrisa. Llegamos a la Capital de madrugada—No me abandones—fue su pedido. Pudo ser la mujer de mi vida y la perdí. ¡No te puede pasar a ti, mijo! Ve y búscala.

    Está haciendo un viaje muy largo rastreando a una mujer, le dejó el corazón “partió” y no sabe ni su nombre.

    Al fin llega, a aquel pueblo pequeño como se siente muy mal, va directo al hospital y en la misma puerta se desmaya. Hubo una junta de médicos, no sabían sus antecedentes.

    —Los síntomas son confusos—dijo el profesor al grupo de aprendices—Huele extraño, tiene los glúteos morados, los ojos están fijos, el estómago esta suave, el pelo electrizado y evidentemente ha vomitado.

      Solo el estudiante de un pueblo vecino cuyo transporte habitual era similar, supo diagnosticar:

      —Ese hombre se bajó de un camión de pasajeros. ¡A reanimarlo!

        Al poco rato el enfermo se marchó.

        Preguntó a muchos vecinos sobre su chica. Como datos solo podía ofrecer: pelo negro abundante, le llega a la cintura, de piel trigueña, bonita y sobre todo, sus senos redondos.

        Los entrevistados se miraban unos a otros con mirada cómplice, al menos uno le indicó la calle. Esa noche, el hospedaje lo tuvo garantizado.

        —La vi frente a su portal, un hombre le rogaba. Observé la escena y volví sobre mis pasos. Eso es todo oficial. Si le desfiguraron el rostro, fue después. ¡Debe creerme!—dijo lastimoso el hombre detrás de las rejas.

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