Conducíamos de noche un Mercedes Benz rojo clásico modelo 68, mis amigos opinaban que ebrio era demasiado ingenuo y un tanto riesgoso permanecer al volante. Helena que se sentía desvelada quiso reemplazarme en el manejo del vehículo, era una experimentada conductora, luciendo en los lóbulos de sus orejas unos aretes de aro gigantescos que fulgían al destello de los semáforos que dejábamos atrás. Carlos Mayol encendía un cigarrillo dando aullidos jolgoriosos, era un patán inescrupuloso, no le importaba la contaminación auditiva. Helena colocó la música más fuerte, una estridencia musical de Van Halen. A esas altas horas de la noche, los tipos se enervaban de fiestas, drogas y alcohol en sus porches. La ciudad a medianoche no le agradaba dormir. Mauricio Jaramillo, el fotógrafo, no se sentía desairado un caluroso sábado de juerga. El viento de la autopista sacudía nuestros desvelos y pasmos noctámbulos. A esas horas los bares de la ciudad continuaban abiertos, desvelados, esperando más clientes. Carlos Mayol distribuía entre todos los sorbos de la botella de whisky Jack Daniels, que bebíamos sedientos y alborotados. La música del pasacintas del automóvil parecía alborotarnos más mientras la velocidad del automóvil rasgaba la densidad de la autopista. Ante los grotescos bruñidos de Carlos Mayol que quería conducir el Mercedes Benz no tuvimos más opción que dejarlo conducir, puesto que el vehículo era de su propiedad. Helena le cedió el puesto al volante, y ella quedó en las manos con la botella de licor repartiéndola entre Mauricio Jaramillo y yo. Luego salimos de la zona céntrica de la ciudad a toda velocidad, y en una oscura calle, Mayol, perdió el control…

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