Era un sábado soleado cuando Clara decidió unirse a un coche compartido hacia la playa. Al llegar al punto de encuentro, se topó con tres pasajeros peculiares: Carlos, con un sombrero de paja que parecía más un espantapájaros que un humano; Lucía, una artista con un lienzo que nunca dejó de pintar; y Don Ernesto, un anciano que parecía haber salido de una película de espías.
El coche, un viejo sedán que crujía como un viejo colchón de muelles, arrancó con un ruido que sonó a grito de socorro mas que a motor. Apenas habían salido de la ciudad cuando Carlos, sacó un bocadillo del tamaño de su sombrero.
—¡¿Alguien quiere un poco de jamón?! —gritó, mientras el olor invadía el automovil.
—No, gracias. No quiero que mi pelo huela a bocadillo —respondió Clara, con una mueca.
—A mi edad, todo me sabe a gloria —dijo Don Ernesto, metiendo una rebanada en la boca. Al instante, un trozo voló por los aires, aterrizando en la cara de Lucía.
—¡Mira, un retrato en vivo! —se rió.
Carlos decidió que era el momento perfecto para jugar a “Quién soy”. El juego comenzó con Don Ernesto, quien eligió a un famoso político. Tras varios intentos fallidos, Carlos adivinó, pero en lugar de celebrarlo, se puso a imitar al político con una danza ridícula que hizo que todos se partieran de risa.
Cuando llegó el turno de Lucía, eligió a un famoso pintor. “Soy conocido por mis colores vibrantes”, dijo. Pero en lugar de adivinanzas, Carlos comenzó a hacer gestos exagerados como si estuviera pintando, y terminó volcando su bocadillo, llenando el asiento de migas.
—¡Esto es arte moderno! —gritó Clara entre risas.
De repente, un ruido extraño surgió del motor. Carlos miró el tablero del coche con preocupación.
—Creo que el coche esta mas caliente que el palo de un churrero. ¡Estamos en problemas! Todos rieron la ocurrencia de Carlos.
Ernesto, con su calma habitual, dijo: “No se preocupen, tengo un amigo mecánico”. Abrió la ventana y, con un gesto dramático, empezó a gritar: “¡Aire fresco, que el motor necesita despejarse!”.
Para sorpresa de todos, el coche dejó de hacer ruido.
Finalmente, llegaron, con migas en el pelo y sonrisas en la cara. Miraronse, y Clara exclamó: “El mejor viaje de nuestras vidas”. Y así, se dieron cuenta de que a veces, los viajes desastrosos son los que más se disfrutan.
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