El sol de la tarde se filtraba por las ventanillas del autobús, iluminando el polvo que flotaba en el aire. El motor ronroneaba con un ritmo que se asemejaba a la música de un viejo disco de vinilo, mientras el autobús se movía por las polvorientas calles de la ciudad.

En el asiento de adelante, un hombre corpulento con una sonrisa permanente y ojos que brillaban con picardía, contaba chistes sin gracia, mientras que en el asiento de atrás, una mujer con una mirada severa y un rostro que parecía tallado en piedra, observaba con desaprobación cada movimiento del conductor.

El autobús era un microcosmos de la vida, un espacio compartido donde la diversidad se mesclaba en un torbellino de emociones. En cada parada, nuevos pasajeros se subían, vendedores ambulantes con sus mercancías, estudiantes con sus mochilas, familias con sus niños, cada uno con su propia historia que contar.

Un niño pequeño, con un rostro lleno de lagrimas, lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre. Un señor de avanzada edad, con un rostro curtido por el sol y un cuerpo encorvado por los años, se quejaba del calor y del ruido. Un joven con una mirada desafiante y un cuerpo tatuado, hablaba por teléfono celular con un tono de voz agresivo, mientras que una pareja de enamorados se besaba sin pudor.

El conductor, un hombre de mediana edad con rostro cansado y una mirada resignada, seguía con su trabajo, sin inmutarse ante el caos que se desarrollaba a su alrededor. El autobús, un espacio compartido, un microcosmos de la vida, seguía su camino, llevando a sus pasajeros a sus destinos, a sus sueños, a sus realidades.

Y en medio de todo ese caos, el hombre corpulento con la sonrisa permanente seguía contando chistes sin gracia, mientras que la mujer con la mirada severa seguía mirando con desaprobación cada movimiento del conductor. El niño pequeño dejo de llorar, el señor de avanzada edad se quedo dormido, el joven con la mirada desafiante colgó el teléfono, y la pareja de enamorados se separo para seguir su camino.

El autobús llega a su destino final, y los pasajeros bajaron uno por uno, cada uno con su propia historia que contar, cada uno con su propia vida que vivir. El autobús vacío y silencioso quedo en el parqueadero, a la espera de otros pasajeros que lo llenen de risa, emociones e historias.

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