Cuando llegué, un hombre alto y robusto custodiaba la entrada. El hombre llevaba una barba abundante y el logo de Blablacar tatuado en el brazo. Me miró serio y me pidió el numero de reserva. Se la di.
-Espere allí.
Tres personas esperaban en el vestíbulo. Un hombre de cincuenta, un treintañero y una veinteañera.
-¿Estáis seguros de que queréis hacer este viaje? Nos preguntó el fornido.
Todos se miraron con sorpresa.
– ¡Yo no me lo pierdo! A mí me han regalado este viaje, -dijo el treintañero-.
-¿Y usted?-preguntó el hombre.
-¡Ya pueden entrar! ¡Pasen! -Gritó el fornido.
Entramos por una puerta de hierro gigante, salía humo, un silencio sepulcral invadía la estancia.
Nos recibió un hombre con un abrigo negro, con un logo dorado de Blablacar en la solapa. Nos ayudó a acomodarnos en un Blablautómata G blanco.
Respiré profundamente, cerré los ojos y me puse al volante con decisión. El joven me acompañó delante.
El hombre del abrigo negro bajó una persiana brillante y el coche echó a andar solo, silencioso.
-¡Bajen las ventanillas! Se escuchó una voz fuerte, de ultratumba.
Bajamos las ventanillas, olía a hojas secas y a gasolina quemada, y a tierra baldía. El coche empezó a tomar velocidad, a coger curvas, zarandeándonos. Los chicos gritaban divertidos.
Para romper el hielo, pregunté al hombre a qué se dedicaba, mientras simulaba que conducía.
-Soy investigador-me decía, mientras me miraba por el espejo retrovisor.-Investigo el impacto emocional de tener a cuatro personas en un coche después de la era del aislamiento, sobre todo en los jóvenes,¿ y usted?
-Perdí a mi familia hace años, y esta era la oportunidad de poder recuperar la sensación de estar los cuatro en el coche, mi marido, mi hijo y mi hija, y recordar cuando íbamos de viaje y éramos felices.
De repente, todos hablaron con la mirada El coche aminoró la marcha hasta detenerse en un cementerio.
Los cuatro se bajaron del coche y abrazaron a la mujer.
La voz de ultratumba volvió a hablar.
-¡Entren en el coche! Volvemos al presente.
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