Los hombres son como autos

Los hombres son como autos

Vine en bicicleta hasta Madrid porque es buen ejercicio… y porque mi padre no permitió llevarme mi propio auto. Dijo que si quería irme hasta la otra punta del país para alejarme de él entonces lo debería hacer por mis propios medios. No hay mucha gente que vaya de Avilés a Tarifa realmente, así que tuve que utilizar el ingenio.

La belleza del autostop está en el azar, esa maravillosa ruleta rusa. Sabía las posibilidades que tenía. Madrid era el lugar perfecto para que cualquiera me quisiera llevar solo para decirme lo loca que estaba por intentar hacer este camino por mi cuenta. Por eso, apenas era una cuestión de elegir a quien me pudiera acercar más a mi destino.

Viajar con un desconocido tiene todas las ventajas de una película de clase b y ninguna de las desventajas. El anonimato, el bajo presupuesto, el cliché y el kitsch, todo juega a mi favor si quiero ponerme en el papel de dama en apuros. Solo el vehículo en sí era un inconveniente. Era demasiado moderno, reluciente, la clase de autos que presumen los yankees en esos videos de mujeres cazafortunas. Por eso, la recurrencia de este film solo podría ser las diferentes maneras de presumirlo.

“Motor de ocho cilindros, cuatrocientos cincuenta caballos de fuerza, cero a cien en cuatro segundos”. Me recordaba a mi ex novio: “ciento veinte de banca, ciento sesenta de prensa”, “dos mil al mes, veinticuatro mil al año”, o mi favorita “catorce de largo, cinco de ancho, ocho segundos”. Esa última parte no la dijo él.

Siempre se ha dicho que hay hombres que usan los autos para compensar por algo. Yo diría, en tal caso, que hombre y auto se compensan entre ellos, tratando de obtener algo a lo que nunca llegarán por medio de esa particular transacción.

El hombre apenas iba a Sevilla, “un viaje de negocios”, mucho misterio. “Apuesto a que no puedes llevarme a Cadiz y volver a tiempo”. De ahí, solo fueron unas pocas horas en mi vieja bicicleta. No sería una reunión tan importante.

Este viaje y la posterior vuelta hacia Avilés para recuperar mi auto, mientras mi querido padre estuviera buscándome en el bodegón de Tarifa de la postal que le envié, me dejaron una lección: Entre rápido e inteligente, siempre es mejor ser rápido.

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