Caminos compartidos

Caminos compartidos

Rodrigo

27/09/2024

El rugido suave del motor marcaba el ritmo de la conversación en el interior del coche. Sofía, que ocupaba el asiento del copiloto, intentaba mantener la compostura, a pesar de los nervios. Nunca había hecho un viaje largo con extraños, pero Blablacar ofrecía una oportunidad perfecta para romper esa rutina de soledad que a menudo la acompañaba. Javier, el conductor, parecía relajado, concentrado en la carretera. Detrás, Andrés y Clara apenas se conocían, pero algo en sus miradas indicaba una conexión tácita.

El trayecto comenzaba con una breve introducción. El hielo se rompió cuando Javier, un tipo sencillo y algo bromista, comenzó a hablar sobre las diferencias de clima entre el norte y el sur, tema tan banal como accesible. La conversación pronto se tornó en anécdotas de viajes. Sofía, que casi siempre callaba en situaciones así, decidió compartir su historia. Un viaje a Marruecos, en medio de una tormenta de arena, donde se perdió por horas. Todos rieron, no por la historia en sí, sino por cómo la contaba, con una honestidad que hacía olvidar la vergüenza.

El ambiente dentro del coche fue cambiando de manera casi imperceptible. El atardecer pintaba de naranja las colinas al fondo, y una sensación de calma envolvía a los cuatro pasajeros. Clara, quien hasta ese momento había estado escuchando más que hablando, confesó que nunca había viajado con desconocidos. Su voz temblaba al principio, pero poco a poco ganó confianza. Dijo que estaba buscando reencontrarse con alguien en su destino, una persona importante que había perdido en el tiempo.

Andrés, que hasta entonces había sido el más callado, se inclinó hacia adelante. Compartió que no había viajado tanto por voluntad propia, sino por una búsqueda interna que aún no sabía cómo definir. «A veces, uno necesita perderse para poder encontrarse», añadió casi en un susurro. La frase quedó flotando en el aire, como un eco que todos escucharon, pero ninguno interrumpió.

La conversación murió lentamente, pero no era incómoda. El coche avanzaba mientras las palabras y pensamientos de sus ocupantes se entrelazaban en el silencio. No fue necesario decir más. Sin planearlo, en aquel pequeño espacio compartido, se habían encontrado en algo más grande que un simple viaje.

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