Estoy cansada del tipo de escritura tal vez de esta época que vivimos, que pretende mostrar sensibilidad a la hora de escribir aquello que sentimos, de ese modo monótono y pedante que los «escritores modernos» expresan en sus obras mas teniendo la oportunidad de hacer la «mía propia» aunque sea mucho decir, voy a intentar en no caer en esa sensiblería fácil.
Mi historia es gris como el invierno y aún no ha salido el sol del todo desde entonces.
Tuve que empezar a coger blablas por ese miedo visceral que le tenía al coche e hizo que no llegara a comprármelo hasta un año después de penurias sentidas entre blablas y autobuses, los cuales no eran la causa, sino la breve panacea a mi vida y trabajo de entonces, todo producto de las circunstancias.
La idea era llegar a un pueblo remoto y lejano del mío, hacer ese camino todos los lunes y de regreso todos los viernes. Esos viernes para mí no eran tan celebrados como para muchos otros profesores compañeros, puesto que el camino era eterno y la vuelta se hacía casi inminente, la vida es un soplo, se me viene a la mente.
El único aliciente era coger mis blablacars fijos y encontrarme con ese militar sensato que ponía paz y serenidad en mi desordenado mundo interior o en aquella alegre chica para mi viaje de comienzo de semana que alegraba mis madrugones aunque ella no lo supiera.
Mi propia experiencia me hace pensar que el mundo del Blablacar es un micromundo aparte que por un rato largo o corto, por unas horas, puede sentirse como un lugar peculiar a la vez que acogedor para desconectar y socializar, conocer gente estupenda e incluso hacer amigos para siempre. Porque Blablacar confirmo que por algo que no atino a explicar, une.
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