Paisajes vacíos

Paisajes vacíos

Maria Tierra

27/09/2024

El martes amaneció con un cielo plomizo y la bruma de septiembre arremolinándose en el valle. Los pequeños pueblos se desperezaban bajo una luz mortecina. En la gasolinera de Valderas, Horacio esperaba a sus pasajeros para completar el trayecto de siempre: Valderas a León. Cien kilómetros de carreteras que atraviesan la España vacía.

A las 8:10 llegó el primero. Fernando, un ingeniero de mediana edad, bajó de su coche y saludó con un gesto automático. Tomó su lugar en el asiento del copiloto. Fernando trabaja en una oficina de infraestructuras y los trayectos compartidos con Horacio le permiten dejar su coche aparcado. Al principio, no se cruzaron palabras, solo un asentimiento.

A las 8:15 apareció Sofía, siempre con el cabello recogido en una coleta, que se subió con la mochila y un portapapeles. Sofía es abogada en prácticas y utiliza los viajes para repasar notas que le suenan demasiado técnicas. Aunque lleva solo dos meses en esta rutina, parece encajar en el ritmo de silencios del grupo.

A las 8:20 llegó Hamsa, un chico de veintitantos, con auriculares y mirada perdida. Hamsa trabaja en la estación de tren de León. Durante la pandemia, su contrato fue reducido a media jornada, así que depende de BlaBlaCar para ir y volver tres veces por semana. Subió al coche con un “buenos días” apenas audible, listo para dejarse arrullar por el ronroneo del motor.

Horacio arrancó suavemente y los cuatro se internaron en la carretera, rodeados de campos recién cosechados. El paisaje era el mismo: arboledas en formación y pueblos diminutos con campanarios mudos. La conversación comenzó con la radio: las noticias locales informaban del cierre del centro de salud en un pueblo cercano, lo que desató un suspiro colectivo.

—Siempre igual, cierran lo poco que queda —refunfuñó Fernando.

—En mi pueblo cerraron la escuela hace años. Ahora solo somos seis familias —añadió Sofía.

Hamsa, medio dormido, apenas escuchaba. A las 10:00 en punto, Horacio dejó a Sofía en la entrada del bufete y luego se detuvo frente a la estación. Hamsa le dio las gracias y desapareció entre el flujo de gente. Finalmente, Fernando y Horacio siguieron hasta la oficina, donde Fernando se despidió con su típica frase: “Nos vemos el jueves”.

Otro martes más, con las mismas conversaciones. Pero al menos, pensó Horacio, no estaba solo en la carretera. Era el hilo que les unía en una región cada vez más vacía.

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