No puedo precisar el modelo ,el color del auto, era largo, amplio, lo extravié en mi memoria como tantos objetos, rostros . Un viaje de la ciudad de México a ciudad de Tampico en Tamaulipas tiene 443.0 km y se recorre en 6 h 16 min según Google, en mi memoria esos traslados en el auto de mi abuelo eran eternos y además nunca directos ya que hacíamos diferentes paradas en el trayecto. Conforme transcurrían los kilómetros el abuelo me contaba historias, como la vez que se metió a nadar en el excusado más grande de tampico (el rio Panuco) donde además hay lagartos, o como cuando condujo para el presidente Miguel Alemán Valdès…mi abuela sin embargo permanecía callada y mirando por la ventanilla un lugar en la distancia y en el tiempo, como si no estuviese allí con nosotros. El universo automotriz en la cochera del abuelo era fantástico, había además de herramientas, aceite, gasolina y llantas, manoplas gigantescas de cuero, bates de beisbol de madera enormes y pesados, a pesar de mi corta edad yo detectaba algo mágico e icónico en estos objetos. Al inicio de cada viaje, mi abuelo era un general con una letanía de recomendaciones: no subas los pies, no manches los cristales, no comas dentro, no saques las manos, que se terminaba en cuanto mi abuela abría la canasta que llevaba consigo y me pasaba un emparedado ò lo que fuese, nunca entendí como podían salir tantas cosas de esa canasta. Hacíamos paradas en los miradores al filo del precipicio y en playas desiertas y ocultas en los mapas. Mi abuelo con sus brazos bronceados por los años de conducir para la estatal petrolera, gafas Ray Ban, hieleras Coleman, Guías Roji eran finales de los setentas. Mi Abuela se mantenía en silencio, la recuerdo pintando con óleo, recuerdo su arte, su aroma y sabor, sus juegos y apuestas. En esos viajes, aunque se recorran los mismos kilómetros y se reconozcan los mismos paraderos algo cambia, cambia el tiempo y cambian las personas. Una mañana mi abuela no despertó más, mi viejo abuelo continúo en los días hasta el momento en que ya no le dejaban conducir, ese día sin dar aviso se subió a su auto y cogió carretera con rumbo a aquellos parajes y caminos, a ver sitios por última vez, ya sin mí abuela y sin el niño que una vez fui.
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