Una entre un millón

Una entre un millón

Juan EC

26/09/2024

Recogí a Daniela en la madrugada de aquel sábado. Me acompañaría en mi viaje desde Sierra Morena a Galicia en sustitución de otro chico que se había arrepentido en el último momento. La noche dio lugar al alba, y luego a un potente sol. Como copiloto, al principio se mostró un poco fría.

Intercambiamos pareceres, opiniones sobre un tema y otro, y en una parada, la justa para ir al baño y tomar café, su actitud cambió al ver mi móvil. La siguiente hora casi no habló. Le arranqué algunas palabras, y cuando por fin se animó, me preguntó sobre mi vida personal y mi familia, poco íntimas, como un cuestionario destinado a un censo. Con cada respuesta parecía más segura de sí misma, alguna idea revoloteaba en su cabeza.

En la parada para almorzar, estuvo un largo rato hablando por teléfono, lejos de mi. Solo veía su cara de preocupación y unos gestos exagerados, me tenía intrigado. El resto del viaje supo disimular muy bien, pues apenas sospeché su intención. Antes de llegar a Lugo, donde ella se quedaría y yo continuaría hasta el mar, me dijo que tenía que decirme algo. Esperaba un romance o el inicio de alguna aventura, pero en su lugar me confesó que, el fondo de pantalla de mi móvil (una foto de mi familia y yo cuando tenía dos años) era muy parecido a una foto que había en su casa.

-Eres mi hermano.

El cansancio me hizo interpretar que era una broma, y me eché a reír. Daniela, con cierta molestia, comprendió mi escepticismo. Me contó que robaron a su hermano pequeño cuando era un bebé, y que nunca apareció. Me enseñó la foto, y vi a un niño pequeño muy parecido a mi. Aportó varias evidencias más, que no terminaron de convencerme. La última hora de viaje se me pasó volando, pensando si aquella desconocida era mi familia o solo una loca. En Lugo, antes de bajarse, me insistió en volver a verme. Me dio sus datos y apuntó mi número de teléfono, (entre petición y petición, parece que se le olvidó pagarme). No pensaba volver a verla.

En el viaje hasta Noia llamé a mi padre y le conté esta curiosa concatenación de casualidades.

-No hables mientras conduces, cuando llegues a Noia me llamas.

Poco después de saber la verdad, volví a ver a Daniela.

Comenzaba otro viaje

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