Marta miraba distraída por la ventana, mientras repasaba mentalmente su presentación. Ese trabajo lo cambiaría todo, pero la ansiedad crecía con cada minuto perdido. Al frente, Tomás, de cabello gris, volvía al pasado: una reunión con antiguos compañeros tras cuarenta años. ¿Lo recordarían? ¿Sería bien recibido?
Nico, el más joven, irradiaba energía. “¡Qué suerte haber encontrado este viaje!”, exclamaba, contando historias de su vida estudiantil. “¿Han probado las croquetas de la salida diecisiete? ¡Son épicas!”, dijo, logrando que Tomás esbozara una sonrisa.
De pronto, un tirón brusco sacudió el coche. Marta sintió que el tiempo se le escapaba. “¿Qué ocurre?”, preguntó con nerviosismo. “Avería”, respondió el conductor, estacionando al costado de la carretera. Sin señal ni soluciones a la vista, quedaron atrapados en medio de la nada.
Nico soltó una carcajada. “¡Esto es una aventura inesperada!”, dijo. Marta, molesta por el contratiempo, lo miró incrédula. Tomás, sin embargo, sonrió. “Una vez quedé atrapado en un ascensor con mi jefe. Pensé que todo iba a salir mal, pero fue lo mejor que me pudo pasar”, compartió. Marta, contra todo pronóstico, rió con él.
El tiempo dejó de importar. Las historias fluyeron entre risas y anécdotas. Lo que comenzó como un grupo de extraños se transformó en una pequeña comunidad improvisada. El coche, que antes representaba una urgencia, se volvió irrelevante frente a la camaradería que había surgido.
Cuando el motor volvió a funcionar, el viaje había cambiado. Las miradas cómplices y los silencios cómodos marcaron el resto del trayecto. Al llegar a sus destinos, las despedidas no fueron rápidas, sino cálidas, como de viejos amigos que prometen volver a verse.
Marta bajó del coche sintiéndose ligera, caminando hacia su entrevista con una nueva confianza. Tomás entró en su reunión sin el peso del pasado, y Nico seguía hablando, como si ese viaje fuera solo el principio de otra gran historia.
Al final, no recordarían ese día por el destino, sino por el viaje mismo. Porque, a veces, los desvíos no son accidentes, sino oportunidades para descubrir que lo importante no es a dónde llegas, sino con quién compartes el camino.
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