El GPS traicionero
Habíamos subido al coche con toda la emoción de una nueva aventura. Era 2015, y BlaBlaCar estaba revolucionando la forma en que nos movíamos. Esta vez, mi hermana y yo viajábamos desde Almería hasta Madrid. Nos tocó compartir coche con un tipo majísimo que llevaba de copiloto al “rey de los navegadores GPS”. Según él, ese aparato lo sabía todo y nunca fallaba.
“Con este GPS llegamos a cualquier sitio, chicas”, nos aseguró con un guiño confiado mientras arrancaba.
Todo iba bien hasta que, a la altura de Despeñaperros, el GPS decidió que era momento de poner a prueba nuestra paciencia y sentido de la orientación. En lugar de seguir la autopista, nos ordenó con voz robótica: “Gire a la derecha”. El conductor, fiel servidor de su aparato, obedeció sin cuestionar. Y de repente, nos vimos en una carretera secundaria que no aparecía ni en los mapas antiguos de la abuela.
Al principio, nos lo tomamos con humor. “El GPS nos quiere enseñar una ruta pintoresca”, dijo mi hermana entre risas. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que la “ruta pintoresca” estaba llena de curvas, baches y… cabras. ¡Sí, cabras! El coche tuvo que detenerse mientras un rebaño cruzaba lentamente la carretera como si tuvieran todo el tiempo del mundo.
En ese momento, el GPS soltó su temida frase: “Recalculando ruta”.
“¡No fastidies!” gritó el conductor. Empezamos a preocuparnos. Estábamos perdidos, sin cobertura, en algún rincón olvidado de la geografía española, rodeados de cabras que parecían mirarnos con sorna. Mi hermana, en un ataque de risa, intentó calmar los ánimos: “Bueno, siempre podremos hacer amistad con las cabras si no llegamos a Madrid”.
Tras varios intentos fallidos del GPS por devolvernos al buen camino, el conductor finalmente decidió apagarlo y fiarse de algo más arcaico: preguntar a un lugareño. Al bajar la ventanilla, un pastor que debía de tener más años que las montañas nos miró con cara de asombro. Después de darnos unas indicaciones que parecían acertadas, el buen hombre añadió: “Pero si vuelven a pasar por aquí, traigan pan para las cabras”.
Finalmente llegamos a Madrid, dos horas más tarde de lo previsto. Y desde ese día, cada vez que el GPS me dice “gire a la derecha”, pienso en las cabras y en lo que pudo haber sido una amistad eterna.
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