Me desperté. Tenía mi cabeza apoyada en la ventana y vi pequeñas gotas golpeando en ella, Estabas tan guapo como siempre,tan concentrado conduciendo, tarareando boleros del ayer. Al mirarte embelesada de soslayo, no pude evitar pensar que quería que cambiaras el concepto que tenía de viajar en un auto. Deseaba que cada vez que encendieras el auto, vinieran a mí recuerdos de lo que hicimos, respirando nuestro aire impregnado de sudor y algo más, escuchando el deleitable sonido de nuestros cuerpos al chocar, nuestra respiración pesada que empañaba los vidrios, nuestros gritos ahogados ,devorando nuestros labios con desespero para catar nuestro sabor y…
Me arrancaste de mis pensamientos cuando pusiste una mano en mi pierna. Me miraste de tal forma que supe inmediatamente que pensabas lo mismo que yo. Conducías sin dejar de mirarme; sentí mi cuerpo calentarse por tus ojos hambrientos, cargados de deseo, mirando descaradamente mis labios que anhelaban ser besados. Pero un maldito hueco en el camino nos sobresaltó, sacándonos de nuestra lujuria, acabando con lo que nunca inició y arrastrándonos así a nuestra cruda realidad.
Su mirada apagada fue el reflejo de la mía. Este viaje para reavivar la pasión de nuestro amor no tenía sentido; él lo entendía al igual que yo. Así que me miró por última vez, apagó el auto y salió de él. Lo vi alejarse por el retrovisor hasta que ya no pude distinguir su silueta.
Dejé caer mi cuerpo en el asiento mientras escuchaba cómo en la radio una mujer de voz ronca cantaba «Que bonito amor». Qué ironía, se burlaba de nosotros, un fin tácito. Pero bueno, volveré a casa con mi esposo. Supongo que él hará lo mismo.
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