La elocuencia del rey

La elocuencia del rey

MAC

26/09/2024

En una ocasión viajó conmigo todo un monarca que se dirigía a la boda de su hija; chapado a la antigua, como debe ser alguien de rancio abolengo, pero muy puesto en las últimas tecnologías, pues me reservó la plaza a través de la aplicación de Blablacar.

Se presentó como el rey Eufrasio; no dijo ni sobre dónde reinaba ni a qué casa pertenecía. Sí se le notaba muy compungido. Tras romper el hielo, se dignó a explicarme el porqué:

– Verás, joven conductor, todo se debió a que la puerta de mi palacio quedó entreabierta. Esto facilitó el propósito de un intruso, quien, con sumo sigilo, buscó la alcoba de mi señora, la reina, para destruir, según él, un espejo maldito. ¡Menuda excusa! No llegó a hallarla porque tropezó antes con el cadáver de mi hija y, claro, siendo tan bella como era, le fue imposible no sustraerse a su embrujo y besarla. La sorpresa del joven al ver cómo resucitaba mi hija no fue comparable a la mía propia al descubrir la escena.

Aquello me sonaba a cuento de un chalado, pero le seguí la corriente porque nos aguardaba todavía un largo trecho.

– Bueno, pero debería estar contento. Lo importante es que resucitó a su hija, ¿no?

– En parte, sí, por supuesto, pero es que yo había prometido conceder la mano de mi hija a quien la librara del encantamiento.

– ¿Y? ¿Tan feo era el intruso?

– Feo, no, y muy alto tampoco, aunque eso es lo de menos. Lo que me mortifica es que mi dinastía es célebre por la elocuencia de nuestros discursos. Y encima mi futuro yerno tampoco está nada contento.

– No lo entiendo.

– El muchachito se equivocó de palacio, por lo que ya no pudo ayudar a una tal Blancanieves.

– No, quiero decir que no entiendo lo de la elocuencia de sus discursos.

– Muy sencillo: pudiendo haber sido cualquiera de sus seis hermanos, tuvo que ser Mudito quien despertara a mi hija, la Bella Durmiente. ¿Qué discursos va a pronunciar?

Luego el hombre se quedó dormido hasta que llegamos a nuestro destino. Mejor. No sabía si me estaba tomando el pelo o no andaba muy en sus cabales.

Mi sorpresa fue mayúscula: en la puerta de la catedral lo aguardaban siete enanitos engalanados, uno de ellos vestido de novio.

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