Diciembre de 2023; víspera de Navidad, me dirijo a Málaga, somos siete en el coche: El conductor, el copiloto, yo y… cuatro crías de conejo en el maletero.
Partí temprano desde Cáceres una fría mañana con una pareja joven. El plan era simple: llegar a Málaga, -yo por amor-, ellos por un viaje a Noruega. No hay palabras que describan mi sorpresa al descubrir cuatro criaturitas envueltas, en papel de periódico, al lado de donde debía colocar mi maleta.
«Es un encargo para una señora de Casabermeja, un lugar perdido de la mano de Dios»
«Vale….- dije yo extrañado- con llegar a ‘La Costa del Sol’ me basta»
El viaje fue, cuanto menos, divertido: temas como el amor, experiencias vitales, señales de tráfico , -aún reciente el carnet-, gustos musicales y formas de vivir; filosofía para ineptos. A las afueras de Sevilla paramos en una gasolinera recóndita, principalmente para ir al baño. No pensamos que nuestros acompañantes de maletero necesitaran hacer lo mismo. Antes de reanudar la marcha nos dimos cuenta de que ellos no habían necesitado abandonar el coche para aliviarse. A veces uno debe reírse y seguir adelante pues la vida presenta situaciones absurdas.
Una vez llegamos al pueblo la cosa fue fácil. María era la panadera del pueblo y tras entregarle a las criaturas nos aconsejó cómplice, «Si vais al bar a comer decid que vais de mi parte».
Allí llegamos y como recompensa nos sirvieron un buen plato de migas para acompañar lo que, de por si, era ya una comida digna de un noble. Lo que no sabíamos era que, en aquella mesa, compartíamos menú con nuestros queridos pasajeros. Aunque ellos no fueran conscientes de nuestra compañía.
Ya en Málaga cada uno tomó su camino; aunque irónicamente volveríamos a vernos para compartir el camino de vuelta a casa. A estas alturas ya éramos casi conocidos, y sus desventuras en Noruega son dignas de contar; solo que esta vez no fueron conejos, sino Alces, los «compañeros de mesa»…
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