No tenía ningunas ganas de subirme a ese coche. Al verlo a lo lejos, suspiré.
Para colmo, el mío me había dejado tirada el día antes y ahí estaba: a punto de compartir un viaje con unos desconocidos durante las próximas tres horas. No me quedaba otra si quería llegar a tiempo. A ver ahora con qué clase de gente me tocaba compartir el dichoso viajecito.
Luego estaba mi problema, que casi era lo peor de todo. Y bendito el momento, en un coche lleno. Solo de pensarlo, me atacaba los nervios. Ay, madre… yo sabía que en cualquier momento podía pasar. Por eso nunca cogía metros, autobuses o transportes compartidos. Y menos un coche tanto tiempo y con desconocidos. Solo rezaba por estar tranquila y que no pasara.
—¿Candelaria? — me preguntó el conductor.
—Si, soy yo —respondí, más que resignada, y me monté.
El maletero estaba lleno. Empezábamos bien. Después me fijé en el plantel. ¡Santa María Madre de Dios, esto parecía una broma! Cuando me quise dar cuenta tenía una monja a mi derecha; un punki al otro lado, de esos con cresta; y de copiloto, un tipo enorme como una puerta, con músculos y tatuajes hasta en las pestañas.
Nadie hablaba. Casi lo prefería, aunque sin música, el silencio era demoledor. ¡De repente…atasco! Empecé a sudar, no podía parar de pensar en la misma cosa. Noté que estaba cerca. Estaba agobiada, en medio, con la mochila encima, al aire no me llegaba y era agosto. No podía más, me moría…
Y entonces pasó. Salió como un rayo, noté como si atravesara la tapicería. Fue un pedo fulgurante, largo, áspero y rotundo, como diciendo: aquí estoy yo. Después, un largo silencio.
Han pasado cinco años ya de aquello y hoy tengo una cena en donde me encontraré con una supuesta monja, que en realidad iba a una fiesta BDSM y ahora es mi sexóloga de confianza; también habrá un punki, porque de hecho, celebraremos su cátedra en literatura sanscrita por la universidad de Harvard; y por supuesto un amoroso fortachón, quien a día de hoy cuida de mi madre con alzhéimer, como el buen enfermero que es.
Yo, por mi parte, sigo tirándome pedos. Eso no ha cambiado. Lo que ha cambiado, es que ahora lo hago sin prejuicios, gracias a ese viaje tan liberador.
Y el conductor, si aún te lo preguntas…, el conductor puedes ser tú.
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