Recuerdo ese día caluroso de una tarde de verano sin mucho que hacer, recostado en el sofá frente al televisor viendo la clásica serie de los años 60 «Los Invasores» en VHS con David Vincent de personaje, perdido en un camino solitario cuando buscaba un atajo que nunca encontró.
Al momento sentí escuchar abrir la puerta de la cocina, y sorpresivamente entró mi hermano Fernando. Grata visita, pues no lo veía hace tres años desde que ingresó a la escuela de suboficiales del ejército. El abrazo fue espontáneo, así como la conversación que a continuación tuvimos. Mientras se acomodó en el living, quitándose el quepis, desabotonando la chaqueta y soltándose los botines, pregunté; «¿Hermano, muy cansado?, me imagino los años de instrucción debió ser muy duro, con un adiestramiento riguroso de parte de los oficiales». Fernando al responder movió la cabeza, con las manos atrás de la nuca echado en el diván; «No, todo lo contrario, los oficiales fueron muy corteses, los fines de semana tuvimos los días libres. Pero, no quisiera hablar del tema, solo olvidar mi estadía en aquella institución, ahora estoy en casa. Podré hacer lo que durante tres años no pude realizar,» vuelvo a preguntar; «¿Y que es, si se pudiera saber?». Exhalando con fuerza suspiros de alivio, me contesta; «¿uff..,tu que harías en mi lugar, si tuvieras que estudiar durante estos últimos tres años?», «Solo divertirme» le digo moviendo las cejas.
Al instante, como adivinando nuestras intenciones, nos preparamos para salir a recorrer la nueva carretera de la ruta sur km 5 , disimulando nuestras voluntades ocultas, que en horas de la noche resultan algo extrañas con propósitos para pasarla bien. Mejor, que salir en un coche pick up doble cabina, desentrañando el candor de la oscuridad estrellada, que nos invita a deambular como pasajeros de un viaje buscando un destino. Decido, aumentar la velocidad a más de 100 km/hora. No hay absolutamente ningún alma en la autopista, ni nadie que se interponga en mi lunática carrera despreocupados en volver pronto a casa. Enseguida, mi intención de regresar se hizo necesaria al ver a Fernando dormido a mi lado. No se imaginan, pero tuvimos que tomar una senda por un camino que nunca olvidaré, escudriñando en la mitad de la noche algún lugar donde pernoctar. Solos y cansados de tanto andar sin poder estacionar. A lo lejos observé, entre sombras una abandonada posada con un cartel colgado en la puerta, que decía: «Invasores km 5».
OPINIONES Y COMENTARIOS