Una imagen parecida a un sueño, una escena sacada de la deformación de los recuerdos o un hecho real, tal vez algo sacado del inconsciente. No lo sabía nadie, pero el abuelo lo describía con detalles:
“Tenía sólo ocho años. Íbamos en el coche de mi padre por la Sierra Madre Oriental rumbo a Veracruz. Conducía el tío Nicolás. Iba hecho la mocha, nos iba presumiendo de sus participaciones en las competencias de fórmula 3. Oíamos los enfrenones al entrar a las curvas, luego los rugidos del motor y los lamentos ahogados del bocho cuando frenaba con el motor.
Decía que haríamos el trayecto una hora más rápido que de costumbre, nadie lo dudaba, hasta que el coche comenzó a dar vueltas en rehilete. Mi padre se puso blanco. ¡Agárrense! — gritó como pudo, abrazó a Claudia y trato de protegerla—. Beto y yo veíamos el precipicio, luego las rocas, sentíamos que nos daban vueltas como en los juegos mecánicos y hasta llegamos a gritar de emoción ¡Qué estúpidos éramos!!Estábamos a punto de morir y por idiotas nos reíamos! Al final se detuvo el coche.
Quedamos en sentido contrario en el carril opuesto. Venía un camión de carga que se detuvo y dejó que el tío Nicolás se quitara. De nuevo emprendimos la marcha, pero no podíamos hablar. Ni siquiera mi padre que nunca había tenido reparos para criticar o reñir a las personas se atrevió a hablar. Una media hora tardamos en emitir las primeras palabras. Mi madre le preguntó al tío cómo había podido controlar el coche y evitar que nos precipitáramos por el acantilado. Él dijo que no había hecho nada, que solo había soltado el volante y había esperado el momento preciso para volver a arrancar el coche. Nos quedamos fríos por la revelación, sobre todo cuando supimos que era muy común en las carreras sufrir esos percances.
Dos horas más tarde llegamos a un pequeño pueblo jarocho y mi padre le prohibió a Nicolás volver a coger el coche. Desde ese día supe que dios me había dado una segunda vida para disfrutarla, así que no se apuren. Si he vivido más de sesenta años desde aquel día, me puedo dar por bien servido”.
Después de contarnos eso, el abuelo se quedó pensando sin decir nada. Llamamos a la encargada del asilo de ancianos y se lo llevaron. No lo volví a ver vivo.
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