Del BlaBla al ShowCar: Risas, Arroz y Aventuras de Camino a Logroño

Del BlaBla al ShowCar: Risas, Arroz y Aventuras de Camino a Logroño

El año pasado, en 2022, mis amigos y yo decidimos emprender un viaje a Logroño. Como buenos millennials conscientes del ahorro, optamos por utilizar BlaBlaCar para compartir los gastos. Al principio, todo parecía normal, o eso creíamos. Mientras echábamos gasolina en Madrid, recibimos un mensaje de una pasajera que, sin mucha cortesía, nos pidió que la recogiéramos de inmediato, a pesar de que aún teníamos que comer algo. Le respondimos amablemente: «No hay problema, pero primero vamos a echar gasolina y comer.» Ella aceptó, pero sin imaginar lo que vendría después.

El primer indicio de que el viaje sería fuera de lo común fue cuando la recogimos. La mujer apareció sin zapatos, cargando dos mochilas enormes, como si acabara de regresar de una aventura épica. Además, subió al coche con una actitud de superioridad, como si nos estuviera haciendo un favor por permitirle viajar con nosotros.Para romper el hielo y aligerar el ambiente, mis amigos y yo decidimos bromear fingiendo que no nos conocíamos, esperando sacarle una sonrisa. Pero no hubo éxito. La pasajera permanecía en silencio, observándonos con una mirada seria, como si fuera jueza en un concurso. A medida que el viaje avanzaba, el ambiente se volvía más incómodo, especialmente cuando uno de mis amigos, un andaluz con un marcado acento, empezó a hablar de temas un poco subidos de tono.

Sorprendentemente, aquello despertó el interés de la pasajera. No solo empezó a participar, sino que comenzó a relatar sus propias aventuras sexuales con lujo de detalles. La conversación, que hasta entonces había sido ligera, se tornó en una especie de confesionario. Mientras tanto, nosotros intentábamos seguir el ritmo, hasta que la mujer, desde el asiento trasero, empezó a hacerle cosquillas en la nuca a mi amigo, lo que elevó el nivel de rareza del trayecto.

A mitad del viaje, la mujer nos pidió si podía comer algo. Accedimos, esperando algo sencillo. Pero, para nuestra sorpresa, sacó un pedazo de arroz frito y comenzó a comerlo con las manos, como si estuviera en medio de una fiesta medieval. La escena nos dejó sin palabras.

Al llegar a Logroño, sorprendentemente, terminamos haciéndonos amigos de la pasajera. Y en el viaje de regreso, también compartimos coche con personajes peculiares: una mujer que no hablaba español y un polaco gigante, que apenas cabía en el coche. Este viaje terminó siendo una experiencia inolvidable, llena de anécdotas que seguimos recordando con risas.

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