Dos por el precio de uno.

Dos por el precio de uno.

Jesús y yo, como siempre, íbamos tarde. Nos dirigíamos de Málaga a Madrid, y habíamos quedado con una chica llamada Laura, que encontramos por BlaBlaCar. La recogida era cerca de una gasolinera, y Jesús, al ver a una chica con chaqueta roja, dijo convencido: “Ahí está, esa es Laura”.

Bajamos la ventanilla y le gritamos: «¡Laura, súbete!». La chica sonrió, algo sorprendida, y se subió. «Hola, chicos», dijo mientras se abrochaba el cinturón. Jesús, siempre con ganas de charlar, empezó a preguntar: «¿A Madrid, no?».

La chica, sonriendo pero confundida, respondió: «¿Madrid? No, voy a Sevilla».

Un silencio incómodo llenó el coche.

Jesús y yo nos miramos, asustados. «Perdona, ¿cómo te llamas?», pregunté, tratando de no parecer idiota.

«Patricia», respondió.

Ahí estaba, el error más tonto del mundo: ¡nos habíamos llevado a la persona equivocada! Jesús se llevó las manos a la cara, tratando de contener la risa. «¡Madre mía, somos unos genios!», exclamó. «Lo siento muchísimo, Patricia. Vamos a darte la vuelta».

Entre risas y disculpas, volvimos a la gasolinera y dejamos a Patricia, que se fue bromeando sobre su “paseo gratis”. Al poco rato apareció la verdadera Laura. Esta vez nos aseguramos de no equivocarnos antes de que se subiera.

El verdadero viaje comenzó, pero desde que Laura se subió, todo se volvió… raro. Traía una maleta metálica enorme, que puso en el asiento de atrás, y llevaba gafas de sol a pesar de que ya caía la tarde. No hablaba mucho, solo murmuraba respuestas breves cuando le preguntábamos algo. Jesús, intentando aligerar el ambiente, le preguntó: “¿Qué llevas ahí, oro?”

Laura, con una sonrisa misteriosa, respondió: «Algo más valioso».

Jesús y yo nos miramos incómodos. A medida que avanzábamos, Laura seguía observando la carretera de forma tensa. El silencio se hacía pesado, hasta que, de repente, abrió su maleta.

“Voy a sacar algo importante”, dijo.

Mi corazón se aceleró… y entonces sacó un plátano.

“¿Queréis fruta?”, preguntó alegremente.

Nunca un plátano me había dado tanto alivio.

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