Es 7 de octubre del 2026, yo Verzulainer junto con mi camarada el Viejo Loco, salimos de casa en Toluka, rumbo a la majestuosa sierra del Ajusco, nos fuimos por la carretera desde Santa Ana Tlapaltitlan, pasamos la Marquesa, el tejocote, santa fe y otros poblados más, que por los kilómetros avanzados en la carretera con nuestro Volkswagen, se hicieron espejos de asfalto, mientras que rodeábamos los portentosos cerros y las murallas de los árboles, el destino tenía una premonición, que nos decía a mí y a mi camarada que tomamos el Volkswagen hacia la Sierra del Ajusco, encendimos la radio FM sonaban los éxitos clásicos de la hora los Beatles en radio universal. Abrimos las ventanas del Volkswagen, para sentir el aire fresco que destronaba el imperio citadino del smog de la megalópolis de México, casi al llegar al Ajusco en Tlalpan, los cielos comenzaron a cambiar, las nubes vaporosas amenazaban con una armipotente lluvia, doblamos la esquina del parque nacional del Ajusco, nos sentimos desconcertados vimos que había ocho carreteras en triangulo que operaban en puntos equidistantes al centro de lo que era una muralla de árboles de coníferas. Continuamos avanzando a vuelta de rueda a menos de 20 kilómetros por hora, en medio había una ciclovía, los ciclistas recorrían al revés para ser tragados por la boca de los soles sangrientos, la carretera era una especie de buzón de quejas de dioses multiplicados a cargar las piedras que lanzaban desde lo alto de las montañas, unos hombres cargaban miles de garrafones de agua con un líquido de éxtasis ultravioleta, que al beberlo levitaban por encima de los cerros del Ajusco, pero este Ajusco no era el que recordábamos, tenía formas de caras de dioses enterrados en los insólitos tiempos. Nos conducimos esquivando los carros en sentido contrario de las ocho carreteras, zigzagueamos en la carretera, esquivando los obstáculos de los múltiples automóviles que iban y venían de frente y en sentido contrario, hasta que llegamos a una caseta en yuxtaposición estaba fuera del camino, pagamos 120 pesos, al doblar una esquina, estábamos de vuelta en las orillas de la falda de la Sierra del Ajusco, desconcertados miramos hacia arriba, no había nubes, solo estaba el límpido cielo azul, el sol alineaba sus rayos en las murallas de los árboles, han pasado los tiempos y no sabemos que nos pasó en ese viaje.
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