El desvío inesperado

El desvío inesperado

El coche avanzaba en silencio, rompiendo la monotonía de la carretera bajo el cielo gris. Íbamos cuatro desconocidos, cada uno atrapado en su propio mundo de pensamientos. Yo, recién llegado de un pueblo pequeño, me dirigía a la ciudad por primera vez en meses. A mi lado, una mujer revisaba nerviosa su móvil, quizás esperando una noticia importante. Detrás, un chico escuchaba música y una señora mayor miraba por la ventana con una sonrisa suave, como si guardara un secreto.

De pronto, el coche frenó bruscamente. “Obras”, murmuró el conductor, señalando el desvío que nos obligaba a tomar un camino secundario. La carretera se volvió sinuosa y estrecha, rodeada de colinas verdes y casas de piedra que parecían detenidas en el tiempo.

—¿No es increíble cómo la vida te desvía? —dijo la mujer a mi lado, sin apartar la vista de su teléfono.

La señora mayor, con su mirada serena, intervino:

—A veces esos desvíos son los que nos llevan a los mejores destinos —dijo, sonriendo con sabiduría.

La conversación comenzó a fluir, extrañamente cómoda. El chico de los auriculares se los quitó para unirse, contando historias de los pueblos que cruzábamos, mientras la mujer confesaba que iba de camino a una entrevista que podría cambiar su vida. Y yo, que solo quería llegar a la ciudad sin más, me di cuenta de lo poco que conocía las historias de los demás.

El desvío nos llevó a cruzar un puente viejo que parecía sacado de una postal. Fue entonces cuando la señora mayor, con los ojos brillando, nos contó que hacía muchos años había cruzado ese mismo puente de la mano de su esposo. Hoy era el aniversario de su muerte, y este viaje, según nos confesó, era un tributo a sus recuerdos.

El silencio volvió al coche, pero esta vez no era incómodo. Habíamos dejado de ser desconocidos. A veces, el camino que no planeas es el que más te enseña.

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