– Dime tú, alma de cántaro, ¿cómo no vas a viajar dándote el sol en la cara?, ¿cómo no vas a ser capaz de ello?
Vuelo como los halcones, el viento me viene casi de cara. Todo ello me parece un hecho fugaz, hasta que te veo a tí, sí, a tí, que haciendo dedo me haces parar. Guapa entre las guapas, yo te dejo subir en mi coche de techo solar. No puedo creerlo, llevo compañía a mi lado, sí, en el asiento del copiloto, ¡será todo un sueño o será real!
Manejo ideas, controlo el volante, le pregunto adónde va. Ella en voz baja me dice que a Valencia, cosa que yo le digo.
– Que casualidad, yo me dirijo a la misma ciudad, será un placer llevarte, no me deberás nada, solo que me dés conversación, será tu pago por el viaje.
Ella me lanza una sonrisa, ella se suelta el pelo, cosa que a mí me vuelve loco. Ella no lo sabe, ella cree que soy inofensivo, cosa que es cierta, siempre y cuando lo diga yo y sea a mí manera. Vengo de Madrid, ciudad entre las ciudades y yo me la he encontrado a mitad de trayecto. Pongo el coche a 120 km/hora, voy a quinta velocidad, porque no puedo ir a sexta, ya que no la hay. Ella me pregunta, ella me dice y me insiste, que si estoy casado o soy soltero, si tengo hijos, ya sean propios o adoptados. Yo me callo, en principio porque no tiene que saber tanto, ya que ni yo mismo lo sé. No es la primera vez que monto a una mujer en mi coche de techo solar.
Todo transcurre con normalidad, el viaje se hace ameno, hasta que llegando casi a las puertas de la gran ciudad, siento mis tormentos, siento como alguien que me susurra y me dice…
– ¡Juan!, échale morro. ¡Juan!, ponle una mano en la pierna.
Yo no quiero hacer mucho caso, así que sigo con los ojos en la carretera, hasta que llegado a cierto punto no lo puedo evitar y hago caso a la voz. ¿Porqué lo hice?, maldito el momento, ella en la guadaña se convirtió, que diciendo que venía a por mí, me hace salir de la autopista, llegando a volcar mi coche provocándome así la muerte. Ahora solo soy un recuerdo, nada más que un recuerdo.
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