Los tiempos imposibles

I

Mis pasos rozan temblorosos la acera desconchada.

De entre los rotos de baldosas se escapan los fantasmas

de nuestras ilusiones infantiles.

Fuimos niños felices sentados en la acera

estirando la tarde, 

esperando que llegara dios,

que llegara el camión de la basura,

o un alemán con caramelos o chocolatinas.

Entre charlas y risas y desconsuelos varios,

los años desmigajaron días al borde del pretil

y nos dejaron huérfanos de nuestras esperanzas.

II

La casa vieja sigue agarrada a su puerta marrón

que laboriosas arañas han vestido de encajes grises y polvorientos,

cede a mi mano con un chirrido doloroso

y me abre paso

me deja entrar y encontrarme conmigo.

Por las paredes van resbalando décadas,

las ausencias se van agazapando en las esquinas,

se cuelgan de las lámparas que hace mil años que no ríen,

susurran ocultas en las tuberías.

Perdemos la cautela,

nos reencontramos y los silencios empiezan a trenzarse,

se desvanece mi temor enfermizo

a profanar el aroma de los recuerdos intocables,

me atrevo a transitar el pasado,

ocupo mi lugar, me recupero intacta.

Desde la noche que me estaba esperando

cantan dulce los grillos escapados de todos mis insomnios, 

y llueven las mangueras traviesas del patio 

-el patio de mi casa, tan particular-

sonríen los espejos con carmín de cereza,

escondo pasos lentos al borde de la madrugada

en el pasillo que ha callado su eco,

saboreo las voces, las sonrisas, las lágrimas…

III

Sigue el espejo a la derecha de la puerta,

el último vistazo era su nombre,

ahora es el ojo del presente:

renqueo hacia el futuro,

ni siempre ni jamás,

ni mañana ni todos los días,

ni todavía ni después.

IV

Ando despacio sobre la acera desconchada

deshilachadas todas las esperas.

Más allá del silencio hay una puerta que chirría,

una lágrima ahogada en la mirada,

un mar silente devorando una orilla

y a lo lejos las sirenas se van quedando mudas.

Alfonsina camina lentamente sobre el crepitar blanco de las olas.