La soledad en la cuarentena

La soledad en la cuarentena

SARA ISABEL

08/08/2020

Cuarentena, lo entendimos como si fueran 40 días, nos dieron 15 y estuvimos felices, pero nunca nos imaginamos que serían ya casi 150 días.

Ciento cincuenta días para uno solo. Todos y sin dudarlo pedían a la vida unos días sin responsabilidades, unos días sin trabajar, unos días para no hacer nada… y que sucedió… llegaron esos días sin haberlos planeado, sin preparación alguna; no nos dio tiempo de afinar ningún elemento físico ni espiritual. Ha sido un tiempo para demostrar de que estamos hechos.

Por ello, para algunos estos ciento cincuenta días han sido una pesadilla, para otros una salida de emergencia de la situación en que estaban y para unos pocos, un momento preciado para un encuentro consigo mismo insospechado.

Me he encontrado un poco en cada una de esas situaciones:

Una pesadilla: cuando pienso que alguno de mis lazos cercanos pueda morir y no he hablado por días con ellos. Y ha sido de esta manera como las llamadas de familia y amigos se realizan con frecuencia; y es allí donde uno se da cuenta que entre más llamadas se tengan, el tema fluye, pero entre más distancia se agradece cuando el tiempo de la conexión corta la comunicación.

Una salida de emergencia: al haber rechazado esa propuesta de trabajo presencial y haber cambiado momentos de angustia, de estrés, por días para tener el reto qué hacer con uno cuando no hay que responder a nadie.

Un momento preciado: este es el espacio de la gloria. Tener el placer de manejar cada hora, de sentir la emoción de ser dueña del calendario; de distribuir los días entre la lectura, escritura, clases de gramática, de francés, de gastronomía; claro sin olvidar el aseo y lavada de manos. Y qué decir de los fines de semana, son las mejores vacaciones, una hamaca, un vino, un libro, música a un volumen moderado y esperar que a las 5:30 de la tarde llegue «La Soledad» por un pedazo de plátano. Lo he llamado “Los días millonarios».

Para permanecer en ese estado glorioso decidí no ver noticias, pues si algo más grave que la situación por la cual estamos pasando, está también sucediendo, seguro que alguien en una de las llamadas lo comentará. Y con respecto al número de infectados o muertos, esa información no aporta nada, antes quita felicidad.

En ese estado placentero no oculto la angustia de recibir una llamada:

– ¡Lo siento murió! – y cuelga el teléfono.

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