Los ojos de DongHo se cerraron abruptamente cuando la luz de la linterna de SunHee le fulminó el rostro con vehemencia, aunque la chica lo había hecho sin querer, no pudo evitar horrorizarse al ver los restos de sangre seca que cruzaban como un rayo desde su sien hasta la mandíbula.
—¡¿Qué haces?! Nos pueden descubrir —le recriminó DongHo en voz baja.
SunHee asintió con la cabeza, apagando la linterna de inmediato y sintiéndose culpable de su torpeza. Los dos muchachos se escurrieron entre los escombros de aquella casa abandonada, el silencio a su alrededor era tan penetrante que temían dar un paso en falso y de esta manera dar pie a su ubicación.
De pronto, escucharon el crujido de lo que parecían haber sido pedazos de cristal. Sus manos se enroscaron con firmeza sobre la empuñadura de sus armas y aguardaron en la penumbra de la noche mientras perlas de sudor les caían sobre la frente. Justo cuando divisaron un par de sombras acercarse, salieron de su escondite y apuntaron con sus armas a los desconocidos, tratando de identificar si eran humanos o si habían dejado de serlo.
—¡No disparen! ―exclamó uno, mostrando las palmas de sus manos―. Somos nosotros, HaNeul y YoungMin.
SunHee se acercó con cautela y no dudó en abrazar al menor cuando comprobó que sí se trataba de ellos. Luego de terminar aquella pequeña reunión y de ponerse al tanto de la situación actual, los cuatro llegaron hasta la cocina para empezar a hurgar entre los cajones en busca de cualquier alimento disponible que pudiera saciar su excesiva hambruna, puesto que no habían comido durante días.
―Vaya…qué sorpresa tan más grata.
Todos se quedaron congelados al escuchar esa voz tan inconfundible y tenebrosa, misma que podría ser la protagonista de las pesadillas más monstruosas de los niños. Nunca podrían sacarla de sus cabezas, por mucho que lo intentaran, sobretodo porque el dueño de aquella voz solía ser su mejor amigo, uno que había dejado de existir cuando la primer oleada de muertes inundó las calles de Seúl.
―YoungSoo… ―musitó HaNeul con un nudo en la garganta.
La complexión del muchacho había cambiado por completo, estaba encorvado con las ropas hechas jirones y sus ojos estaban inyectados de sangre, sedientos de carne humana. Su olor nauseabundo les provocó unas ganas de vomitar, pero el terror que les corroía en esos momentos era mayor.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó DongHo, aferrándose a su arma.
―¿Acaso no es obvio? ―la dentadura mugrienta del no muerto causó un escalofrío en el cuerpo de SunHee―. He venido a terminar lo que empecé.
―Somos cuatro contra uno, no podrás con nosotros ―habló YoungMin muy seguro de su ventaja.
―¿Y quién dijo que estaba solo? ―respondió YoungSoo con una sonrisa macabra.
Entonces, tres siluetas más emergieron desde la oscuridad de la cocina, era como si hubieran estado ahí todo ese tiempo, esperando por la señal de su líder. Minki, JongHyun y MinSeung se colocaron alrededor de ellos, haciendo que dieran unos pasos hacia atrás hasta que quedaron acorralados entre las gavetas de la alacena.
Al igual que YoungSoo, mostraban una apariencia casi inhumana, había tierra enterrada en sus uñas y se podía notar la ansiedad en sus ojos, era claro que habían estado deseando esta oportunidad durante mucho tiempo. No volverían a fallar, esta vez tenían todo a su favor.
―Veo que la herida ya está cicatrizando ―dijo MinSeung en un aullido gutural, refiriéndose a la quemadura en la pierna derecha de SunHee―. Y dime, ¿cómo está tu novio?
―Maldita perra asquerosa ―escupió SunHee, tomando su arma y apuntando directamente a la cabeza de la chica. Su novio había muerto en la morgue a causa de una explosión provocada por MinSeung. Todos sabían eso y SunHee no paraba de evocar los gritos suplicantes del único amor de su vida.
Durante esos minutos, DongHo había permanecido callado, pues estaba calculando mentalmente cuantas balas tenían a su disposición y si les serían suficientes para escapar de ese apuro. Su estómago dio un vuelco cuando llegó a la conclusión de que estaban perdidos. Necesitaban un milagro para salir con vida de ahí.
―Y no lo tendrás… ―siseó JongHyun. DongHo había olvidado que podían leer sus pensamientos―. Serás mi cena esta noche.
Los cuatro strigoi se echaron a reír con histeria, les parecía divertido jugar con sus presas pues el miedo le agregaba un delicioso sabor a la sangre. Se imaginaron sus cuerpos bañados con aquel exquisito elixir, tan tibio y platinado, que darían todo lo que fuera por extraerlo de las gargantas de sus enemigos.
―¡Agáchense!
Una voz desconocida interrumpió desde afuera al mismo tiempo que el vidrio del ventanal más cercano se quebraba en pedazos. DongHo no dudó ni un segundo más y desenfundó su arma para empezar a disparar hacia los strigoi, no se dio cuenta cuando MinHyun ingresó a la cocina de un ágil salto y encendió con velocidad las luces UV que traía en mano para ahuyentar a las criaturas.
―¡De prisa! Salgan por aquí, las luces no los detendrán por mucho tiempo.
Desde el marco de la ventana, Doyeon les extendía una mano, traía un paliacate amarrado en la cabeza y en su hombro colgaba la cinta de su rifle. Rápidamente, uno por uno fueron saliendo hacia la frialdad de la noche. Afuera los estaba esperando una furgoneta blanca, la cuál había sido adicionada con un equipamiento especial.
MinHyun y SunHee continuaban en el tiroteo, habían logrado contener a Minseung y JongHyun, pero cuando las luces agotaron toda la batería, Minki aprovechó para abalanzarse sobre MinHyun , quién trastabilló hasta caer de espaldas sobre el suelo. Su cabeza rebotó debido a la fuerza del impacto, tenía a Minki encima de él como una alimaña hambrienta y lo único que los separaba eran sus brazos.
SunHee cogió un pedazo de vidrio con la mano sin tomarle importancia a las cortadas que se le formarían. Lo empuñó con fuerza y lo enterró sobre la nunca de Minki una y otra vez, profiriendo un alarido entre cada puñalada. Con toda la adrenalina recorriendo su torrente sanguíneo, tiró el vidrio ensangrentado al suelo. Sin embargo, antes de que pudiera suspirar de alivio, sintió una asfixiante opresión sobre su cuello.
―¡SunHee! ―gritó MinHyun.
YoungSoo había enredado su largo aguijón sobre la garganta de la chica. Era demasiado tarde, apenas habían transcurrido unos segundos y el cuerpo de la mayor tenía el mínimo de sangre para sobrevivir. Se desplomó sobre los escombros, apenas consciente de lo que sucedía, se sentía tan débil que le era imposible moverse.
―Mátala ―ordenó YoungSoo a MinHyun―. Si no lo haces, sabes perfectamente que los perseguirá para siempre, así como yo. Así como muchos más.
Repentinamente, una bala impactó sobre el hombro de YoungSoo. Este, inmutado, le gruñó a Doyeon con enfado, aún salía humo por el cañón de su pistola. Los primeros rayos solares comenzaron a asomarse por detrás de los edificios, haciendo que MinHyun y Doyeon voltearan a verlos, teniendo una luz de esperanza sobre sus ojos.
Cuando regresaron la mirada hacia los restos de la cocina, ya no había nada. Ni YoungSoo, ni el cuerpo de SunHee.
Los sobrevivientes emprendieron un camino con dirección al noreste, de cierta manera se sentían más seguros dentro de la furgoneta y protegidos por la luminiscencia del sol. Habían perdido a SunHee. La estirpe maldita parecía reproducirse con rapidez y la promesa de encontrar una cura se iba desvaneciendo. Sin embargo, estaban vivos, y aquello podía considerarse como una victoria.
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