El ángel de la muerte

El ángel de la muerte

Diana R. Amery

02/08/2020

Una eternidad aguantando el tedio de la misma tarea es un castigo justo para un ángel caído. El día que perdió su lugar en el reino de la luz, supo que lo que venía después era una tortuosa existencia sin posible salida. Abaddon usa sus habilidades sobrenaturales para desplazarse al domicilio de una nueva adolescente inestable. Miles de años ejerciendo la única misión de empujar a los humanos desesperados a poner fin a sus escasos días, y nutriéndo su deprimente esencia con cada una de sus miserias. Él los entiende mejor que nadie. Si pudiera poner fin a su eternizada agonía, lo haría sin pestañear. Si pudiera dejar de existir, elegiría la nada antes que la cadena de muertes prematuras. Pero los ángeles no pueden morir. Resignado, desciende buscando a su nueva víctima.

El halo de ella es tan oscuro que se hace notar nada más llegar a la Tierra, por encima de los pensamientos fúnebres de los demás humanos en desgracia. El trabajo está casi hecho —piensa el ángel con tristeza—. La chica busca dejarse caer por el precipicio de la muerte con la suficiente intensidad como para convocarlo sin ella saberlo. Las almas que se suicidan están condenadas; quitarse la vida es un acto contranatura, pero sobre todo, no da la anhelada libertad. Pero ellas no lo saben. Las almas piensan que se están excarcelando del lastre que representa su cuerpo, un cuerpo que arrastra la desastrosa suerte que les ha tocado vivir en la cruel tómbola divina; cuando en realidad lo único que consiguen es encadenarse a una nueva maldición. Una maldición procedente del descalabro de la perfectamente ensamblada realidad, y de la desobediencia hacia el motor del universo que ha dispuesto colocar cada pedazo de energía en su cuerpo para que aprendan las lecciones que tocan. La lección que aquella joven tiene que aprender es vencer el miedo hacia un alma más débil y patético, la de su maltratador.

El ambiente de la pequeña habitación es deprimente. Abaddon se coloca en una esquina y observa a la pobre mortal. Él percibe en ella el miedo atroz que infunde querer interrumpir la vida. Le gustaría hacerse corpóreo, razonar con ella e intentar frenarla. Sin embargo, su misión es hacer todo lo contrario. Su papel es manipular su mente para hacer la decisión cada vez más sólida para finalmente conseguir que se lleve a cabo. Su rol es dar el pequeño empujón hacia el precipicio, y así, llevar a un nuevo alma brillante y bondadoso a su reino de la oscuridad.

Como si fuera una película, Abaddon vislumbra la vida pasada y el futuro alternativo de la adolescente si no se suicidara. Él sabe que ella es una muchacha solitaria, poco agraciada físicamente según los absurdos estándares de belleza humanos, criada por unos padres autoritarios que le cortaron las alas cuando la sentían en peligro. El chico que le gusta es curiosamente el maltratador del que se tiene que alejar, y acaba de dejarla en ridículo delante de todo el colegio, mientras que sus compañeros se burlan de ella desde que tiene uso de razón. No quiere volver a clase. Quiere desaparecer, huir de la obligación de hacer frente a sus crueles compañeros y al maltratador que la debilita. Pero todo aquel festín de insultos no es más que la cortina de humo de unas almas que sufren y son agredidas a su vez. Las magnificadas sensaciones que experimenta la chica han tumbado su psique hace tiempo, noqueando cualquier intento de sobrevivir.

La joven se encuentra ahora debatiéndose entre su desgraciada vida y la muerte misteriosa, que bien podría significar el final de toda existencia o quizá podría implicar un nuevo comienzo. Una nueva vida en la que podría ser más atractiva, o más inteligente, o sencillamente aceptada por el rebaño estudiantil sin la tortura diaria de ser una marginada. Se levanta despacio del suelo, deshaciendo su postura de ovillo, y se acerca al espejo de pared. Se mira a los ojos rebosantes de lagrimas buscando algo a lo que aferrarse, pero pronto los cierra al no soportar su propio reflejo. Abaddon observa con dolor como ella no es capaz de ver nada positivo en su aspecto ni en su interior, mientras que él está cegado por la luz que esa niña desprende, sólo visible para seres como él; pero que pasa desapercibida para los humanos con los cuales tuvo la desgracia de toparse. Su superior estará encantado con el alma que conseguirá esta noche, pero eso no lo hace sentir un triunfador.

Cuando Abaddon ve el futuro que la espera, la belleza de esa posibilidad lo aplasta con crueldad. En esa realidad no truncada, ella convertiría la autoridad despótica de sus padres en disciplina y responsabilidad; y la sobreprotección en la salvación de su frágil vida. Ella estudiaría lo que quisiera y sería una gran profesional. El chico que ahora la humilla sería su subordinado y su mala conducta lo atormentaría el resto de su existencia; su propia lección a aprender. Conocería a un hombre que percibiría su luz y la amaría y haría feliz. ¿Tendría ella la paciencia para esperar que todas aquellas cosas maravillosas ocurrieran en su vida si lo supiera?

Abaddon quiere ese futuro para ella. Sin duda. Lo quiere con todas sus fuerzas. Pero la oscuridad de su naturaleza contradice sus instintos primitivos y se dispone a hacer lo contrario. Su persuasión, invisible e inaudible, la alcanza y ella comienza a saborear el amargo final.

Ella dejará a sus padres desolados, condenados a visitar la lápida de un cementerio demasiado vetusto para el joven cuerpo al que dará sepultura. Dejará un vacío irrecuperable en el asiento de la sala universitaria, donde hubiera aprendido tanto y tan bello. Dejará la mesa de oficina de la empresa en la que iba a trabajar, sin su bondadosa presencia, desde donde iba a ser la compasiva y motivadora jefa de un equipo ya huérfano. El maltratador descargará su agresividad sobre otra víctima, sin aprender su lección; al menos, no en esta vida. El hombre que nunca llegará a conocerla ni amarla, se quedará sin su alma gemela, sin su compañía, sin sus noches de pasión, sin sus preciosos hijos. Será un hombre que la buscará incansable sin saber que ella decidió abandonarlo voluntariamente demasiado pronto, y que nunca la encontrará…

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