AQUEL SABIO DE LUNA LLENA

AQUEL SABIO DE LUNA LLENA

Luis Madrid

30/07/2020

No recuerdo el día o el mes, de aquel afortunado encuentro. El año si tengo claro cuál fue: el mismo dista de los días actuales, al menos en un decenio. En aquel entonces era muchacho joven: apasionado por los hechos pasados, pero sin suficiente capacidad analítica, para valorarlos en justicia. Era un pichón que empezaba a adentrarse en el mundo de las historias y de las palabras. Acababa de salir yo de la segundaría. Rozaba si mis cálculos son correctos, la tan deseada mayoría de edad. En esos tiempos, creo que estaba por conseguir mi primer trabajo, en esta capital caliente (como en promedio han de ser, todas las que se asientan en las cercanías del Caribe). Aquella ciudad que sentía plenamente mía, se diferenciaba de algunas otras vecinas, debido a la suntuosa presencia de una montaña: cuyo verdor hace agradable su vista desde donde se le mire, así como su posición y forma, pareciera atentar contra la inmensidad inabarcable de cielos. Esos mismos que diversas aves, de colores exóticos surcan a diversas horas, para después internarse en esa mole natural, de la que parecen salir puntualmente tras cada amanecer.

De esos días ya no tan cercanos (que alguna nostalgia interior quisiera de vuelta), recuerdo mi inexperiencia y no pocos lejanos afectos. Recuerdo también los billetes de tonalidad amarillenta ocre, de varios ceros; con sus correspondientes reversos naturales, un poco más diversamente coloreados, respecto a sus anversos generalmente unicolores. Estos billetes mencionados, agrupados en medio fajo, constituían la mayoría de mi salario: el cual podía alcanzar para perseguir cierta dignidad, que a día de hoy puede parecer largamente irreal o incluso casi quimérica. Para quienes en estas comarcas con esfuerzos sinceros, intentan resistir infames presiones diversas. Yo no tengo mejor opción que recordar con cariños esos años. En aquellos tiempos empezaba a caminar realmente, el joven que tenía el deber de transformarse en hombre. Los desafíos del mañana lo esperarían sin mayores consideraciones. Las amables y cariñosas faldas de su madre, no podrían por mucho más tiempo, protegerle de cuanto debía ver y hasta sentir; para poder entender y valorar, todo aquello que en el día de mañana con alegría y dolor, o con satisfacción o amargura, estaría por llegar.

Ahora que lo pienso un poco más, puede ser por esto mismo, que valoré tanto el haber podido cruzarme con él. Con quien protagoniza realmente esa historia, que nunca pude considerar una anécdota menor. Aquella noche en que le conocí, y que aún no he podido olvidar (más que por la luna llena que destacaba en ella, por las palabras de aquel hombre que en otras circunstancias, podría haberse creído que pudiera ser, una casual aparición idílica), fue una noche sin par en mi vida. Tuvo de algún modo una importancia reveladora, para alguien que se empezaba a ser dueño de una conciencia propia. Aunque quizás no este de más también, intentar entender nuestro encuentro: ese que termine teniendo con un extraño al que no volví a ver. Y gracias al cual, tuve una excelente oportunidad de experimentar de cerca, lo que la vida es, o al menos lo que de cuando en vez puede ser.

Aún recuerdo que cuando me encontré con este interesante personaje, la noche no exactamente empezaba. Estoy seguro de esto, aunque de la media noche tampoco estábamos tan cercanos. Yo caminaba con Glaus y con el cachetón. Aun no olvido a ese irreverente y polémico par de dos. Una luna generosa y casi llena, iluminaba unas aceras un poco oscuras, a causa del vandalismo citadino, de la desidia hecha cotidianidad, y de la ineficiencia gubernamental. Caminaba yo con los anteriores mencionados individuos, rumbo a la parada de buses, que estaba en aquel lugar que llaman “Las Bellas Artes”: aunque en el mismo por aquellos tiempos, destacaba el comercio informal y alguna gente en situación de indigencia. Cuando ya estábamos a medio camino de la parada de los buses, nos cruzamos con un puesto con varios libros que no pude ignorar. Uno en particular llamo mi atención: Aparecía el nombre de “Bolívar” en letras mayúsculas repetido tres veces. En la parte superior del mismo, dentro de un círculo, se apreciaba la imagen de perfil de aquel gran incomprendido, hacia el cual yo sentía una admiración sincera, que se asemejaba más bien a la devoción esperable del catequista. El libro era viejo. Quizás un lustro mayor que yo. Los autores parecían ser de aquel país tan capaz para el heroísmo individual, pero tan receloso para los desafíos colectivos: del mismo que nos hacía la guerra ayer; del mismo que a día de hoy, aun le resulta difícil las diferencias poder admirar y entender. Algún nombre celebre de las letras hispanas reconocí en el índice de esa obra. Después de eso como un acto-reflejo, procedí a meterme la mano en los bolsillos. Tenía dinero para gastar en libros. Yo ya era un joven que perseguía libros. Tampoco olvido esta cuestión, a la hora de comparar aquel pasado, con actualidades no tan distendidas y mucho menos entretenidas. En ese breve momento de felicidad, mis acompañantes miraban y reían. Buscaba yo al dueño de aquel modesto puesto de luces, en una noche solitaria e insegura. En un primer momento no lo aviste. Poco tiempo después el hizo su oportuna aparición.

…”Buenas Noches amigo. ¿Cómo estás? ¿Alguno de los libros son de tu interés? ¿Buscas Algo en particular? – Según recuerdo fueron sus primeras amables palabras—Veo que tienes ya un rato mirándolos. Como puedes ver la mayoría de estos libros, son de temas históricos. Pareces interesado en esa área del conocimiento. Miradas curiosas como la tuya a distancia puedo reconocerlas. Es según creo es un gaje del oficio. Si puedo ayudarte quedo a tu disposición”…

Más que su amabilidad, me sorprendió su tono de voz y correctísimo hablar. Parecía un narrador de pasadas historias radiales. Su verbo delataba una importante capacidad intelectual. Una importante cultura, adquirida en épocas anteriores, seguramente no tan ingratas como las de aquel presente. No era un anciano, pero en sus expresiones podía verse a un hombre que había alcanzado alguna madurez. Su aspecto modesto y algo descuidado, a priori no había de recomendar las características ya mencionadas, que hacían grata su presencia. Era la primera vez que de cerca, veía tanta dignidad en alguien, que parecía tener tan poco en posesión material. Fue la primera vez que constate que no siempre el dinero, tiene capacidad exclusiva para hacer posible la conquista de la inteligencia y la sabiduría; a la vez que note que en un alma modesta, el empeño en perseguirlas y conservarlas, resultaba hecho invisible en nuestro mundo materialmente desarrollado, como también muchas veces espiritualmente banal. Sucede y acontece que esta ciudad en que nací y vivo, pero en la que dudo que vaya a morir, aun hoy no puede valorar ecuánimemente, lo que es marcadamente diferente, a ciertos cánones prejuiciosos que han de regir la vida de esta sociedad: la misma que a día de hoy pese a sus sofismas y sus vanidades, no ha terminado de entender, lo que hace cerca de un siglo ha debido comenzar a comprender. Quizás por estas cuestiones y muchas más que ahora no será preciso mencionar, nuestro presente no sea tan inmerecido. Después de todo el mismo viene a ser, la concreción real de lo que en el ayer cercano, no fue más que un espejismo, una ilusión, o al menos una idea sesgada que a la hora de la verdad, su sustento resulto ser tan sólido, como los suelos de la imaginación.

¿Por qué quieres llevarte esa antología de escritos sobre Bolívar?– Ante la pregunta del amable señor de los libros me atreví a responder– “Creo que me quiero llevar el libro porque soy admirador de la figura del libertador. Yo he leído varios libros acerca de su vida y obra, y por ahora no me canso de leer sobre lo que fue y de alguna forma sobre lo que sigue siendo. Quizás la razón verdadera sea que siendo Bolívar el máximo referente de la identidad y la historia nacional, no estará nunca de más tener un libro adicional sobre él. En este libro como en otros que he leído, posiblemente se encuentre parte de la verdad que nos define como pueblo, así como también parte de los mitos que aun hoy nos confunden entre nosotros mismos. En todo caso pienso yo como lector venezolano principiante, que es casi un deber fundamental leer más de una cosa, de lo que el ingenio de aquel gran hombre, a todos los curiosos nos pudo legar”.

No me quedo alguna duda de que mi respuesta le sorprendió a aquel improvisado interlocutor que tenía yo, en horas cercanas a las nueve de la noche, de un día cuyo calendario, hace tiempo quedo definitivamente atrás. Tras mis palabras tenía una expresión pensativa. Parecía escudriñar tras mis argumentos, para buscar los que no le hubiesen convencido del todo. Algo sin duda traía entre manos, ese particular personaje, con el que tuve el gusto de coincidir solo una vez. Era posible que tuviera en mente colocarle un buen precio a aquel libro, que era de interés para un curioso e inicial lector que moraba en una noche fría, con un par de amigos. También podía ser que no quisiera soltar en manos de un jovencito, una obra nada fácil de encontrar como ese libro: en donde habían textos de escritores de la talla de Unamuno y Grases, cartas del General Morillo, y hasta un discurso de su majestad el Rey Don Juan Carlos.

Después de pensar un momento me dijo:” el libro a ti solo te costara cinco bolívares o cinco mil de los de antes amigo mío. Quiero que te lo lleves. Seguro estoy que te será útil si persigues verdades terrenales y no Santos celestiales. Espérame un momento. Voy a mostrarte algo que me gustaría conservaras”. Parecía ir en busca de algo que no tenía idea como podría pagar. A su regreso tomo el, la palabra: “Ya que te llevas ese gran libro, ya que veo que eres un curioso de la historia, que más de una cosa sabe, pero que aún debe más de una cosa entender, me atreveré a regalarte este libro. Se trata de una vieja edición del ensayo titulado “Tierra Venezolana” de Arturo Uslar Pietri. La primera edición de este libro es más vieja que tú y yo juntos. Fue escrito cuando una dictadura militar y el mito de la opulencia, aprisionaban la inteligencia de este país. En sus páginas hay más de un concepto útil para desplazar a los sofismas inútiles, que aun definen mucho del ideario colectivo, de un país deseoso de tener mucho para su confort, pero sin tiempo para reflexionar con alguna rigurosidad, respecto a su porvenir. Quiero que leas este libro y lo conserves amigo. No aceptare que me pagues nada por él. Me bastara obtener tu palabra de que lo leerás y que respecto de lo que en el puedas leer, más de una pregunta te harás”.

No me quedo más remedio que aceptar, sin observación alguna, el obsequio que me hacia aquel sabio, que conversaba conmigo bajo una noche fría y menos triste, que las actuales con sus expresiones alienantes y coactivas. La luna llena parecía testigo del acontecimiento: me parecía que me hacía un guiño cuando avanzaba yo por la calle después de despedirme de mi último e improvisado interlocutor. Brillaba aquel cuerpo celeste, cortesía de una luz que no le era propia. Según Glaus, mis ojos brillaban también, al mirar aquellos libros que una casualidad y una buena voluntad, habían puesto en mis manos. Los conservo aun entre mis cosas más preciadas. Pues no solo son cómplices de mi paulatino crecimiento intelectual. También han sido testigos de un grato ayer, que nunca más volverá a ser.

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