Me soñé en un prado, me miré y estaba florecida,
me imaginé y brillaba.
Toqué un centenar de veces el cielo con mi manos y dejé que mis cabellos crecieran para mantenerme aferrada en la tierra.
Allí, echaron raíces que se movieron para conquistar el mundo.
El mundo ya es mío, las flores son mías, los árboles son míos y los prados son míos.
Cuán mío será todo, que con solo mirarlo, lo transformo en otra cosa.
Tengo el don, ese don perfecto de cambiar las cosas, de cambiarme a mí y hacer que los demás cambien cuando me hablan, cuando me miran.
Soy magia. Porque creo que tengo y llevo magia.
Soy aire, porque me muevo de un lugar a otro y dejo que me lleve la corriente.
Soy luz, porque irradio energía naranja donde voy.
Soy éter y soy ánima.
Hago lo que quiero y lo que siento en el momento de hacerlo,
porque no me hallo en las ataduras,
porque me molestan los estereotipos,
porque detesto la obligación o el deber de cumplir con algo.
Me rozo con quienes quiero y hago desaparecer a quienes me quieren quitar el brillo.
Soy esa luz molesta que incomoda a muchos y esa sinceridad que no tiene lugar en la hipocresía.
Me estimo demasiado como para querer compartir mis ratos con gente que no lo hace.
Vuelo tan alto, donde puedo compartir eso solo con quienes vuelan a mi altura y miro,
con asombro y resquemor, a los que han quedado en lo banal.
Porque en mi mundo hay animales, flores, colores, felicidad, asombro, luz, brillo y tanta magia, que lo ordinario me provoca angustia.
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