UNA HISTORIA DE MALA LECHE. En estos tiempos inmerecidos de una “revolución” de utilería ineficiente, pavosa e insoportable, se viven experiencias que rayan en lo chiflado. La tía Rosa, que vive en Juangriego, trató en vano la mañana del martes de realizar algunas compras de comestibles con su tarjeta de débito, debido a que no había energía eléctrica en la capital del municipio Marcano. Sólo venta en efectivo, y eso es una quimera en Juangriego y cualquier lugar en este país del absurdo. Ante su frustración decidió irse a La Asunción con su vehículo, el cual casi no usa por tener los neumáticos en riesgosa terapia intensiva, para comprar lo necesario y de paso llegarse al banco Bicentenario para sacar los piches diez mil bolos que dan por taquilla. Cómo el carro estaba bastante sucio por el tiempo guardado, pasó antes por un autolavado ubicado en el municipio Gómez. Allí no pudo lavar el vehículo porque no había agua. Siguió rumbo a La Asunción, al llegar al banco tampoco pudo hacer nada ya que no había línea. Día perdido. No compró en Juangriego por el corte de luz. No se pudo lavar el carro por falta de agua. Fue imposible sacar dinero de un banco asuntino sin línea. La tía Rosa, que no se arrecha fácilmente, por eso se conserva tan bien y ha sobrevivido a tres divorcios, respiró profundo y regresó hacia Juangriego tarareando aquella vieja salsa de Henry Fiol; “salao, salao, siempre salao, mala suerte”, con dedicatoria a una revolución mabitosa, que puede ser contagiosa. ¡Mosca! “Nunca sabes de qué suerte peor te ha salvado tu mala suerte” (Cormac McCarthy).

-RUBÉN DARÍO MATA-

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