Una noche calurosa de agosto, como todas las noches estivales en Sevilla, del año 2005, Lolo había acudido con su amigo Javi a ver el primer partido de la liga española de su equipo, el Sevilla Fútbol Club, contra el Racing de Santander. Tenían sus carnés en la zona de Gol Norte. Se le puso la piel de gallina cuando escuchó la primera estrofa del himno del centenario:

Cuentan las lenguas antiguas,

que un catorce de octubre nació una ilusión,

su madre fue Sevilla y le prestó su nombre

y para defenderlo le dio una afición.

La noche terminó con la misma alegría con la que empezó: victoria por un gol a cero para el equipo local.

Lolo y Javi estaban comentando entusiasmados el partido mientras regresaban caminando a sus casas, cuando el primero escuchó una voz dolorosamente familiar:

–¿Lolo? ¡Madre mía, cuánto has crecido!

No supo cómo reaccionar:

–¿Papá? ¿Qué haces tú aquí?

–He vuelto a Sevilla y he venido al barrio para ver a mis amigos.

–Muy bien. Vámonos, Javi –le pidió molesto a su amigo.

–Otro día podríamos tomarnos algo –Manolo, su padre, le sugirió, pero Lolo siguió su marcha.

La siguiente semana, mientras jugaba con sus amigos al videojuego Pro Evolution Soccer 5, se desahogó con ellos:

–Nos abandonó hace diez años, ¿y ahora el hijo de puta pretende que quedemos?

–Yo hablaría con él –le aconsejó Javi.

–No puedo; nos dejó para irse con una tía de veinte años.

–Yo tampoco lo perdonaría –comentó su amigo Álvaro.

–Mi madre ha tenido que criarnos sola. Cuando era niño me quedaba mirando la puerta, esperando que un día regresara –se sinceró.

–¡Gooooooool! –celebró el Canijo.

–¡Calla, Canijo! –le riñó Javi–. Lolo, ahora tienes la oportunidad de recuperar a tu viejo.

Una noche de ese invierno estaban jugando un partido de fútbol sala en la pista pública de su barrio. Lolo regateó a Álvaro. Este, que empezaba a tener barriga cervecera, no pudo seguirlo. Después hizo una pared con Javi y superó al último defensor. Se quedó solo delante del Canijo. Disparó con todas sus fuerzas, y el balón entró en la portería. Javi se burló de su amigo:

–¡Canijo, tienes que parar la pelota, no esconderte de ella!

–¿Qué quieres, illo? El balón iba muy fuerte.

–¡Vámonos a tomar una cerveza, anda!

Cuando abandonaban la pista, apareció Manolo:

–¡Buenas noches, Lolo! Te estaba buscando.

–Vete de aquí.

–Lolo, por favor, me gustaría hablar contigo.

–¡Vete! –le gritó–. ¡No quiero saber nada de ti, golfo!

Manolo se marchó de allí cabizbajo y avergonzado.

Lolo no podía pagar la entrada del partido de vuelta de semifinales de la UEFA contra el Schalke 04 alemán, así que fue a casa de sus abuelos a ver el encuentro con su abuelo Manuel, con quien solía ver los partidos cuando no iba al estadio. Ese miércoles de feria el Sevilla se clasificó para la final con un zurdazo del malogrado canterano Antonio Puerta en la prórroga.

–¡Parece mentira que por fin vaya a ver a mi Sevilla jugar una final europea! –le dijo radiante de felicidad Manuel.

Lolo sonrió.

–Todavía me acuerdo cuando íbamos al estadio tu padre, tú y yo.

–No me hables de él.

–Tienes que perdonarlo. Cuando tu bisabuelo murió no nos hablábamos, y me he arrepentido toda mi vida.

Lolo no le respondió y siguió viendo la televisión.

Empezó a trabajar en el bar de su tío Juan para pagar el viaje de ida y vuelta en avión a Eindhoven, la estancia en el hotel y la entrada para ver la final contra el Middlesbrough inglés con su amigo Javi. Por la mañana acudía a la facultad y por la tarde trabajaba en el bar hasta las once de la noche. Como solo tenía dos semanas para reunir el dinero, tuvo que trabajar de lunes a domingo sin descanso. Cuando llegaba a casa estaba totalmente derrotado. Fueron dos semanas muy duras.

El esfuerzo tuvo su recompensa: reunió el dinero suficiente para el viaje. Javi y él, ilusionados, lo compraron todo. Sin embargo, un día antes de viajar, su amigo enfermó severamente y, a su pesar, le pidió que buscara a alguien que quisiera acompañarlo. Desafortunadamente, sus amigos no podían pagar el viaje o eran béticos. Entonces se le ocurrió que era una buena oportunidad para reconciliarse con su padre. Al principio rechazó la idea, pero después recordó lo que le contó Manuel sobre su bisabuelo y decidió llamarlo por teléfono.

Dos días después estaba con su padre viendo la final en el Philips Stadion. No se podían contar con los dedos de las manos las cervezas que había tomado Manolo. El delantero sevillista Luis Fabiano abrió el marcador con un potente cabezazo desde la frontal del área a pase de Dani Alves. Manolo se dirigió a los aficionados ingleses haciéndoles un corte de mangas:

–¡Joderos, cabrones!

–Tranquilo, papá –le dijo Lolo avergonzado.

–¡No, que se jodan los ingleses!

–¡Cálmate!

–¿Que me calme? ¡Estoy feliz porque vamos a ganar la UEFA! ¡Comedme los huevos! –le dijo a la afición del Boro agarrándose la entrepierna.

Entonces Lolo agarró por el cuello de la camiseta a su padre:

–¡Cállate, borracho! ¡Nos has jodido los últimos diez años y me estás jodiendo también esta noche!

Manolo se quedó mudo.

Ese día, la afición sevillista alcanzó el éxtasis con dos goles más de Enzo Maresca y otro de Frédéric Kanouté. Sin embargo, Lolo y su padre durmieron sintiéndose profundamente infelices.

Cuando llegaron a Sevilla, se encontraron con una desgraciada noticia: Manuel había fallecido por la noche mientras dormía.

Javi, Álvaro y el Canijo acompañaron a Lolo al cementerio. Cuando terminó el entierro, su abuela le contó emocionada:

–Tu abuelo murió feliz.

–Porque soñaba con ver al Sevilla ganar un título europeo.

–No, porque has hecho las paces con tu padre.

Manolo se iba a montar en su coche para volver a casa cuando escuchó:

Papá.

Cuando se dio la vuelta, Lolo lo abrazó entre lágrimas.

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