Las bocas son dentaduras con piel de beso,
que hunden sus colmillos en la palabra,
para desintegrarlas en átomos de letras inaudibles.
De qué sirve mi palabra si no es agua ni alimento,
si no construye puentes ni es llave,
si no te abriga, ni enciende hogueras.
De qué, si es solo niña mansa
que llora a escondidas sobre las sábanas de su ajuar.
De qué sirve mi palabra
si se debe al capricho de las cuerdas vocales,
o se resigna a ser adorno de aire,
o nace del eco frívolo de un deseo desgastado.
De nada vale si no arriesga cada letra por tu vida,
si el sudor de su tinta no protesta en mi frente,
si se avergüenza de mi nombre
y se fractura al pronunciar el tuyo.
De qué sirve mi palabra
si no se acuesta a tu lado,
si no es bastón ni venda,
ni zapatos con memoria de camino.
De nada vale si no narra, ni limpia tus heridas,
si al final está hecha del mismo material que tus cadenas,
y se desploma bajo el peso de su significado.
Si huye por temor a ser escrita,
y se salva regando el silencio de las tumbas.
De qué sirve.
De qué sirve.
Si agoniza en los intestinos de un bolígrafo.
Si no vuela
ni se expande
ni grita
ni recuerda tu deseo.
Si no lame la tristeza de tu ombligo,
si es mejilla pero no mano,
si es espalda pero no pecho.
Si esta noche tampoco saca brillo a la luna
para poder ver nuestros rostros,
y dejar que sus letras ladrillo
construyan un nuevo hogar.
Las gargantas de los dioses pronuncian las palabras
de un ventrílocuo deforme que detesta la belleza.
Que los hilos de esta marioneta humillada por el hambre,
se enreden en los dedos tiranos que le embargaron su infancia.
Que se enreden con fuerza e interrumpan el riego sanguíneo
que deja sus huellas dactilares sobre el cuero de los látigos.
Que la dejen llorar en paz,
para construir un dolor que le sirva de comienzo,
sin que nadie se lucre con sus lágrimas de recién nacida,
vendiéndolas a cualquier nube con el pretexto de ser solo agua.
Que la torpeza de sus pasos nuevos
devuelvan la libertad a los caminos
esclavizados por la ignorancia de las bestias,
y que aprenda a cada tropiezo
hasta que el horizonte se enorgullezca al verla llegar
humilde pero firme,
exhausta pero libre,
herida pero, por fin, viva
Cosecho mis pensamientos, sembrados en la carne
de mujeres y hombres sin voz
que, con su lengua mutilada,
lamen desesperados el agrio vacío.
No importa que, en este instante, no estés aquí,
no lloro para inundar escaparates,
pero los mismos ojos hechizados
por los engranajes averiados de tu sonrisa,
me hablaron de las tormentas de tu garganta,
y, desde entonces, se oxidan mis sueños
con el sudor sucio de las espaldas
que levantan muros entre tú
y mis ganas de abrazarte.
A veces imagino que te salvo
y lloramos juntos durante horas o días,
para desandar con los pies descalzos
las ascuas del dolor,
y descubrir con asombro de recién llegado,
en una especie de propiedad conmutativa,
que eres tú, quien me ha salvado,
resucitando música de sístoles y diástoles,
y eso nos deja sin deudas,
que es uno de los requisitos de la libertad.
Tu dolor llega hasta mí,
impulsado por el aleteo de las mariposas.
Si tú lloras, naufrago en tu angustia líquida;
si tú sonríes, navego entre los blancos corales
que custodian el cofre de tu boca.
Tus campos agradecen mis lágrimas de regadío,
y mi boca herida, sana con tus besos de fruta.
Pero si tú sufres,
me marchito entre flores de plástico.
Puedo ver el miedo de tus ojos
sin saber lo que ellos miran,
y me niego a ser feliz mientras me moja
el llanto de tus niños.
Seguiré aquí, a tu lado de miles de kilómetros,
no descansaré, y solo cuando vea
reparado el mecanismo de tu sonrisa,
tu dolor dejará de ser el mío.
No revelaré mi nombre a las golondrinas
para verlas regresar.
Quiero vivir.
Quiero vivir dejando que, a cada momento,
mi sangre tome impulso para alcanzar un sueño nuevo.
Respirar profundo, y notar
que tus enormes besos de aire
no caben en mis pulmones,
y tener que respirar varias veces
para absorber la magia
de tu aliento delicado y tenaz
que se abre paso entre alveolos
para danzar junto al suspiro
enamorado de algún viento.
Quiero vivir sintiendo tu carne arropando mis huesos,
sabiendo que somos lo mismo, el uno es el otro,
y no hay bandera que nos corrompa,
ni frontera que nos distancie,
ni limosna que nos compre.
Mezclaré tu tierra con la mía
y haremos cunas a las obstinadas semillas
decididas a germinar a pesar del barro o la sequía.
Cuando deje de avergonzarnos creer en el amor.
Cuando consigamos cambiar lo imposible por lo difícil,
y lo difícil por esperanza,
y la esperanza por lo posible,
nuestros ojos se buscarán
derramando las mismas lágrimas
que apagaron las llamas de los infiernos,
y de los falsos cielos resignados a ser techos
decorados con tubos fluorescentes.
Quiero que, de una vez por todas,
mi mirada escoja el camino directo a tus ojos,
sin intermediarios,
sin blasfemias robando la luz a tus pupilas.
Quiero vivir sabiendo que, a dos metros
o a miles de kilómetros de aquí,
los dedos de tus hijos hacen cosquillas
a los pies descalzos de la tarde,
que escapa riendo entre las calles
y regresa vestida de noche,
trayendo consigo constelaciones desconocidas
para que ellos les regalen un nombre.
Ninguna vida es más vida que otra,
ninguna muerte salda una deuda,
ningún triunfo es triunfo
cuando sangra el laurel.
A todos los futuros les llegará su ayer.
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