INTRODUCCIÓN

Charca Literaria fusionando voces.

La media botella de coñac que bebió la noche anterior, consiguió que durmiera hasta entrada la mañana. Despertó sobresaltado por la propuesta de Marissa. El miedo y la cobardía lo estremecieron pese a las justificadas razones para seguir adelante con el plan.

La investigación iba por buen camino pero no impedía que se sintiera angustiado y asustado porque la propuesta era arriesgada y, si fallaban, se verían metidos en un gran lío y sus prestigiosas carreras tiradas por la borda.

Frente al ancho espejo, Marissa se mira de reojo, comprueba que está vestida adecuadamente para un paseo por el campo, y mira a su primo Paulo que la observa con complacencia desde la cama aún desordenada.

—¿Vamos a tardar mucho en regresar? El capataz aguarda afuera y está impaciente.

—Dile a Octavio que espere un momento que ya me reúno con él.

—Y tú, anda a vestirte que nos vamos y sabes lo que debes hacer. Procura que el pulso no te falle.

—¡Hola Octavio! Súbase al coche y por el camino me cuenta con exactitud, qué fue lo que encontró en la hacienda del tío Manoel mientras zanjaban la tierra para la siembra. Quiero advertirle que estamos enterados de todo y de su participación en el caso. Es mejor que desembuche para que no le pese.

—Doctora, de lo que se trata es de que… —no terminó de decir la frase cuando sintió que la sangre se le helaba y quedó paralizado por un pinchazo que recibió en la nuca.

Marissa, con alivio, vio como Paulo dejaba inconsciente a Octavio: era un triunfo que le produjo un calor salvaje en su cuerpo.Contempló, ya más relajada, el espeso bosque que dejaban atrás, donde pastaban caballos de brillante pelaje criados para la equitación por su poderoso tío Manoel, el terrateniente más potentado de todo ese extenso territorio al sur del Brasil.Sabía que era muy peligroso intentar secuestrar a Flavia Da Barreiro de las Casas, la única hija de Manoel. Lo acontecido con su madre y el padre de Paulo en extrañas circunstancias en lo profundo de la selva del Amazonas, no se podía quedar así aunque esto hubiese ocurrido mucho tiempo atrás.

Marissa era tan fría y despiadada, que no se conmovió ante lo que estaba tramando y para aquietar su conciencia, se consoló pensando en que las evidencias que había descubierto y que comprometían seriamente a su tío, justificaban su proceder. Éste, era un hombre ambicioso que no dudó un momento en despojarles de sus herencias. A él, poco le importaba parentescos ni macabros métodos para lograr su objetivo.Para aparentar inocencia y amor hacia la familia, se los llevó a vivir a una de sus haciendas y los educó en prestigiosas universidades de Río de Janeiro. Costeó la carrera de anestesista a Paulo y de arqueóloga a ella. Pero para Marissa esta aparente generosidad, no podía ser motivo para tirar la toalla y dejar en la impunidad la vileza del tío. ¡Cara la tendría que pagar!

El carro, disminuyó la velocidad ante las empinadas cimas y las corrientes de agua de los arroyuelos que, desbordados, atravesaban el camino.La vieja casona de estilo colonial hacia donde se dirigían, se veía esplendorosa. Mateo, el administrador de la propiedad, salió a recibirlos. Ella confiaba en que el lugar era seguro y Octavio no podría escapar. Una vez este recobrara el conocimiento y confesara todo lo que sabía, podrían proceder con Flavia, tal como estaba planeado con la complacencia de su primo Paulo, convertido en su amante de turno.Pasaron al comedor para verificar que la cena de bienvenida para Flavia, estuviera lista. Del lugar, surgía un exótico aroma de jalea de cajú y de cordero asado. Eran los platos preferidos por la familia y que la abuela preparaba cuando llegaban a pasar las vacaciones de verano. Una fuente con cebollinos, zanahorias y berenjenas salteadas en aceite de oliva y finas hierbas completaban el sencillo menú.

Ya entrada la tarde, regresaron del aeropuerto de recoger a la prima, procedente de Montevideo. El tío Manoel se excusó, llegaría más tarde. Antes de pasar al comedor donde los esperaba la cena, se sentaron en un pequeño salón al calor de los troncos que ardían en la chimenea. Encima, colgaba un retrato familiar de los tres miembros de la familia Di Barreiros. Todos levantaron la mirada hacia el retrato de sus padres, Geraldo, Marcia y del elegante tío Manoel, el que aparecía vestido con costosas prendas que enriquecían su outfit de poderoso terrateniente.

No, no estallarían de rabia y de dolor. Lo que harían estaba decidido y los sentimientos no podían tirar por el piso lo que andaban buscando. Solo faltaba que entrara el cerebro maquinador de la tragedia familiar.

Marissa estaba al borde de una crisis nerviosa y sintió, repentinamente, que estaba sola en esta arriesgada aventura a pesar de que ambos estaban comprometidos en el proyecto.Estaba convencida de que Paulo no respondería esa noche como se esperaba, había advertido que bebía sin control y estaba al borde de perder la cordura y la razón. Con disimulo, se acercó a su primo y con delicadeza le quitó la copa y la dejó en la barra.

—¡Buenas noches familia! —dijo el tío Manoel mirándolos con los brazos extendidos en señal de saludo.

Marissa, que estaba detrás de la barra del bar, lo saludó con un gesto de aparente alegría. Decidió, que no podía perder la compostura por más nerviosa y furiosa que estuviera. Esperó, como tenía planeado, que Flavia fuera la primera en abrazar a su padre. Las estrategias acordadas con Paulo daban un gran giro. La tensión se extendió por el salón cuando sonaron varios tiros y tres cuerpos rodaron por el suelo.

Sentada en una poltrona saboreó el momento. La invadió una gran alegría. Pasó la lengua por sus dientes, se esforzó en sonreír, apuntó en el blanco y se escuchó el estrépito de otro cuerpo que caía.

Afuera, un colibrí bebía el morado néctar de la jacarandá caroba…

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