Se llamaba Natalia de Jesús, al menos ese fue el nombre que le pusieron las monjas que la encontraron a la entrada de la iglesia. Porque ella fue una niña abandonada. Supongo que nunca se supo su verdadero nombre, si es que lo tenía. Más tarde cuando fue adoptada pasó a llamarse Emilia, aunque pronto volvieron a abandonarla, eso sí, nadie le volvió a cambiar el nombre, y con Emilia creció y con Emilia se quedó. Eso era lo que sabía de mi bisabuela materna, eso, y que tenía un corazón tan grande que un día le ocupó tanto espacio en el pecho, que no pudo volver a respirar. Era pobre me dijeron. Siempre se han referido a ella con el término pobre por delante, pobre niña, pobre mujer, pobre su casa, pobre infeliz, pobre madre, pobre, pobre y más pobre. Yo nunca lo entendí, porque en todas las historias que me contaban sobre ella, había una connotación de abundancia y generosidad que a todo el mundo se le pasaba por alto, pero qué sabría yo, si solo era una niña que escuchaba historias de su «pobre» bisabuela.
Al parecer, su marido, mi bisabuelo, por el contrario era un «gran», siempre se referían a él como un gran bebedor, un gran canalla, un gran egoísta, un gran de muchas cosas, y ninguna de ellas parecía ser tan noble ni generosa como las pobres acciones de mi bisabuela. Por ejemplo, en la época en la que vivieron y donde vivían, había hambruna y miseria. Muchas personas iban de un lugar a otro intentando mejorar sus vidas, algunas de ellas pasaban demasiada hambre y frío, y solo se alimentaban de la caridad de algún lugareño. En el pueblo de Emilia, ella era esa lugareña, conocida como la pobre quita fame, y si algún viajero buscaba caridad todos le indicaban la pobre casa de Emilia, y allí estaba ella, que a escondidas de su gran marido, jamás negaba un plato de caldo y un mendrugo de pan, a sabiendas de que padecería una gran bronca por compartir lo que no sobraba. Pero iba más allá, y si alguien tenía un problema, y necesitaba un favor, un consuelo, un lugar para dormir o solo un par de oídos para despotricar, allí estaba ella, para compartir su pobre tiempo, su pobre casa y su pobre cariño, pues así era ella, una pobre mujer.
Siempre me decían que me parecía a ella, y yo preocupada les decía que ojalá a mí nunca me creciera tanto el corazón que no pudiera respirar, porque si no respiras te mueres, como mi pobre bisabuela. No entendía lo que había detrás de ese parecido. Con los años crecí, y empecé a ver lo que en realidad se escondía tras esas palabras.
Recuerdo el día que les escupí la verdad. Mi madre había salido con mi abuela y mi tía para comprar plantas, semillas y otros enseres para la finca que habían adquirido en Asturias. Venían sonrientes y acaloradas hablando de las casualidades de la vida. Me contaron que el señor que las había atendido, mira tú por donde, decía mi abuela, era gallego, y que al escucharlas hablar con su marcado acento, se interesó por saber a que pueblo de Galicia pertenecían. Cuando ella le dijo que natales de Vilanova de Tenorio , él se negó en rotundo a cobrarles. Mi madre, mi abuela y mi tía, confundidas, insistieron en pagar, él volvió a negarse, y les contó que no podría cogerles ni un solo euro si eran de aquel pequeño pueblo, porque en la situación más difícil de su vida, llena de necesidades y penurias, en aquel lugar, una mujer llamada Emilia do Cruceiro le había quitado el hambre, muchas veces, a cambio de una sencilla sonrisa.
Fue justo ahí, tras su pobre Emilia pronunciado al unísono, cuando les escupí la gran verdad. Emilia vivió en un tiempo pobre, pero era grande, y no porque su corazón creciera sin parar, si no porque entendía y veía con él, era capaz de dar de donde no tenía, capaz de arrancar una sonrisa a un extraño, aunque eso supusiera irse a la cama con más hambre que de costumbre, y aguantar no una gran bronca, si no una pobre bronca de un pobre hombre, en un pueblo pobre, de gentes tan pobres que nunca se dieron cuenta de que ella fue la Gran quita fame, Emilia do Cruceiro.
Así que desde ese día, cuando alguien de mi familia me dice que me parezco a la pobre bisabuela Emilia, rió desde dentro, les miro con orgullo, y siento pena por ellos, que no tuvieron esa suerte. Pena de que no entiendan nada, pena de que confundan tan arbitrariamente la palabra pobre, porque ella fue una gran mujer con un enorme corazón, que no dejo de crecer. Que conoció el verdadero valor de las cosas, y que jamás cayo en la ingratitud, que es la verdadera miseria de las personas. Así que esta es la gran historia, de una gran mujer, llena de grandes virtudes, cuya alma no conoció pobreza alguna. Ella fue Emilia, mi gran bisabuela.
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