Detente momento, eres tan hermoso

Detente momento, eres tan hermoso

Arcadio

05/07/2020

PRIMERO

Las tardes de sábado asumen una particular lentitud en sus horas. Uno a veces se sorprende deseando que se agote pronto el día.

Esa tarde de sábado ella llegaría antes de lo acostumbrado.

Yo, con trescientas palabras en la boca como munición de ametralladora lista para ser disparada, y con la ansiedad sobre los hombros, estaría esperando su llegada desde mucho antes.

Me calzo el corazón entre el pecho y el alma;
me instalo mi mejor candor en la sonrisa;
practico: uno, dos, tres gestos diferentes para cuando te vea;
lanzo una plegaria que no alcanzo a terminar
porque, consternado, veo y escucho girar el picaporte.

Me ves.
Nadie más que yo te ve.
Sonríes, pero nada más.
Doy un paso y luego otro.
Aún lejos, pero tu fragancia ya me invade.
Arremeto: un beso… en la mejilla.

Te alejas despacio
apartando la mirada.
¡Qué mal disimulas el amor!

Te sigo. No dices nada
y, sin embargo,
en tus mejillas encendidas
puedo ver cómo
mi fuego ya te quema.
Y ardes.
Mírame por favor.
Mírame y ardamos juntos.
No seas infame, egoísta;
comparte también tu fuego.

Te tomo del brazo,
Obligo a tu mirada a que encuentre la mía.
A tus labios no les queda de otra;
Los míos, agazapados hasta ahora,
también se zambullen.

La tarde de ese sábado no conté los minutos de las horas de letargo.

Conté, prestando más atención en la particularidad de los colores y las formas que en el número, las pecas instaladas en su espalda.

SEGUNDO

Suspendidos en el aire surgen resplandores insospechados

Retrasado, como quien evita aparecerse, comienza perezoso y después definitivo el magnífico estruendo

Algunos hombres lo llamaron Thor, mi abuelo me acostumbró a llamarlo Trueno, mi madre a callar después de que sonara

Ella habrá querido mantener el postrer silencio universal, que no dura mucho, porque unas primeras gotas gruesas, tímidas pero intrépidas, ya empiezan a profanarlo en golpeteo tamboril contra todos los objetos del orbe

El cielo es un todo gris acróbata que el viento balancea

Las nubes no vacilan más; me escupen su inmolación definitiva. Arrasadora, mordaz

Fracaso el primer refugio: los árboles me lanzan sus acumulaciones siniestras; inmediatas, imprudentes.

El segundo intento de refugio se transforma, antes de aparecer, en la resignación del mojado que no puede estar más mojado

El horizonte se pinta rayado por diagonales y verticales que se mueven a su antojo

La lluvia está por caer o ya ha caído, pero nunca está cayendo. Qué dirían los postuladores de tal tratado si ahora fueran los dueños de mis ojos

La gente… ¿la gente? Ya no hay gente. Solo hay autos que hacen fila y que me alumbran con sus luces rojas y amarillas que yo quiero imaginar celestes

Y las ventanas cerradas se me burlan desde dentro

Y los pisos secos de las casas me envidian por tanta libertad de afuera

Y como ya es irremediable, y como nada peor puede suceder, lo único que me queda es dar pasos fuertes salpicando agua

Y no esquivar los charcos, y tomar el camino más largo a casa, y sofocarme en una sonrisa que se exterioriza cuando, cruzando una calle inundada, veo a otro que también sonríe

Y que también camina despacio hacia su casa, y que con disimulo busca pasar por encima de la mayor cantidad posible de charcos, y que da cada paso como un salto para salpicar el agua en todas direcciones

Y que es feliz porque sabe que, como nada peor puede suceder, solo le queda disfrutar de lo que hace apenas unos minutos parecía ser su maldición.

TERCERO

Dejó de llover, pero siento aún más frío
El cielo sigue igual de gris
La gente me mira como si yo no supiera ya de mi locura
Los perros no me ladran
Los árboles me lanzan sus pobres sobras de lluvia
Los pájaros se han quedado mudos
¡Pero no importa!
Ahí vengo yo
Todo empapado
Con la sonrisa que ya no puede permanecer conmigo
y que no le queda de otra que elevárseme hasta el cielo
Y allá estás tú
Tan… Tan triste
Mirando las tres de la tarde por la ventana
Que de lo oscuro te parce ver las cinco
¡Pero no importa!
Al otro lado de la ventana, me aparezco yo
Y bajas corriendo las escaleras
Y no te inquieta el tobillo que se te va para la izquierda
Ni la lágrima que se te viene por la derecha.

Sales a la calle
Tu abrazo me hiela la sangre
Paraliza
Y se me hace un…
Se me hace un nudo en los dedos
Y no puedo seguir con este verso ni con esta estrofa.

Ven. Acércate más
Empuñemos la mano del otro
Y salgamos a volar, a correr por ahí
A saltar encima de los charcos antes de que mueran
Te doy este par de alas – ya no las necesito más –
Contigo me basta
Si quieres arrójalas por ahí, ya no las necesito más
Contigo me basta para elevar la más pesada carga
Para elevarnos los dos
Y para elevar el resto; todo entero.

Ejecutemos este baile que vengo preparando
Que no hemos practicado
¡Pero no importa!
Solo sígueme y muévete al ritmo de mi corazón.
Así, pero más rápido, más intenso
¿No ves cómo se me sale por todos lados el latido?
¿No ves cómo no lo controlo y tengo que gritarlo?
Tengo que sacarlo por la palabra
que es acaso mi única posesión.
Tengo que decírtelo a viva vos:

Te quiero en todas mis mañanas
Que tu luz me deslumbre, me queme
Quemadura piel viva si no estás
Y peor que quemadura a viva piel si no estás
Qué hacer para soportarte además de hartarme
Llenarme, ahogarme. Rebosarme
Tengo la fuerza suficiente para el hastío
¿Pero acaso la tendré para la hambruna?
Déjame pasar el minuto siguiente perdido entre tus ojos
Y el siguiente entre tus labios
Y todos los siguientes en la suma infinita de tu cuerpo.

Tengo la suficiente fuerza de párpados para sostenerte la mirada
¿Pero acaso la tendré para mirar otra cosa que no sea tu presencia?

Si es correcto el amparo de la ilusión del tiempo
Y su condición de pobre esclavo de la eternidad
Qué contento yo de volver a encontrar en lo porvenir
Como he encontrado hoy en el recuerdo
Los latidos de esa secreta tarde invernal
Repetidos como los días de asedio ante tu ausencia
Como las pupilas del espejo que me miran con vergüenza

CUARTO

Nos acercamos; tímidos. Nos parece que es él quien se asoma por el horizonte. ¡Pero no! Ya ha quedado dicho: Somos nosotros que, tiritando de frío y desamparo, acudimos a la vida y a la luz y al calor que nos provee.

Sal bello sol, hemos dicho antes, y mata a la luna envidiosa. Digamos pues ahora: Mata también las demoradas horas de la noche. Mata la incertidumbre y el ocultamiento. Mata las ansias del enamorado del crepúsculo. Mata mis perdidas horas de sueño y el olvido. Y la inconsciencia del que duerme. Y el letargo de los que no soñamos.

Hace de nosotros sus desamparados testigos. Se levanta, dictador unánime, adueñado de un reino sin predecesor ni sucesor.

La batalla con las nubes ha quedado para otro día. Hoy se han replegado y dado paso, arriba, a un celeste con pretensiones de inmortalidad, abajo, a un amarillo que lo enciende todo.

El placer sereno del primer contacto con la piel – en brazos y piernas – lo agradece pronto todo el cuerpo con reverencias de quietud, que pronto se transforman en la energía dominante de un andar alegre con el que avanzo por las calles.

Ha aniquilado al viento, que ya no corre. La gente se le esconde, yo salgo a su encuentro. No hay tregua, pero yo lo sigo disfrutando. Yo me dejo acaparar por el exceso y no reparo en consecuencias.

Las pestañas alargadas hacen gala de su sombra. Y las otras sombras, las del mundo, ya se van haciendo enormes, clara muestra de la proximidad de la muerte de la tarde. Y yo miro al suelo y veo cómo perece el esplendor; pero solo perece en la ciudad. Dentro de mí, la tarde se mantiene viva, el sol vivo más que nunca debajo de mi piel.

QUINTO

Vanos intentos los de cuando el sol se rinde y entras por la puerta con la mirada que se te ha quedado sin fondo.

El amor está hecho de ausencias. El amor está hecho de insalvables distancias.

El tenernos siempre, el fundirnos a veces, el sufrirnos en el otro, nos socava el alma.

Luna y sol eternos amantes; siempre en su esplendor en escenarios contrapuestos.

Las dos montañas que se miran de frente sin tocarse; están condenadas a la delicia del amor nunca consumado.

El colibrí que bebe de la flor y amó la idea del contacto; después se olvida y solo la distancia lo hace anhelar el retorno de lo dulce.

¡Eternidad, ven! Acecha más de cerca. Apodérate de nuestras vidas.

Cronos, tú que eres el dueño del tiempo, permíteme que lo maneje a mi antojo.

Regrésame a cuando las horas que se escurrían por sus pechos como la fina miel se duplicaban y se triplicaban y finalmente se me iban como por entre los dedos.

A los minutos de blancura en la conciencia y de labios acechantes que se convertían en labios cazadores que se convertían en labios bailarines.

A los segundos de saltos inconexos en los que tenía la facultad de desplazarnos a insospechadas alturas sin movernos de la alcoba.

Acato el ideal de un universo eterno
Y unos hombres inmortales a los que solo
les falta la conciencia de ser no perecederos.
Quizá un día los hombres comprendan
Que la falta de memoria de sus otras vidas
No cambia en nada la esencia y la riqueza
De habernos construido todos
Recorriendo diferentes arterias
De un mismo feliz y miserable camino.
La existencia compartida que el egoísmo
Ha logrado entorpecer con una escueta venda.

Un hombre eterno, al cabo del tiempo, ha de haber vivido todo.
Después de haber vivido todo, se hace necesario que lo viva todo por segunda vez.
Por tercera después. Cuarta, quinta y sexta. Perder la cuenta es la siguiente operación.

Y es cuando todo sucederá otra vez; por vez segunda
O por vez enésima, pues tengo la sospecha
De que ésta no ha sido la primera.
Nos agazaparemos en el otro con la misma angustia de perdernos
Encenderás el mismo faro que me guíe
Y seguirás las mismas huellas que te deje
Los testigos volverán a ser los de siempre:
Astros. Oscuridad. Sollozos. Suspiros suspendidos en el aire.

Ábrete eternidad y apura estos inmerecidos instantes.
De haber sabido antes, habría hecho lo de Fausto.
Sin dudarlo habría prorrumpido convencido:
!Detente momento! ¡Detente momento!
Detente momento, eres tan hermoso.

SEXTO

Piso el césped.
Con furia, con descuido, con desgana, sin darme cuenta, machacándolo a propósito o sin él.
Lo piso.

Piso el césped;
Ineludible me llega su olor a verde
¡Todo lo que tengo que decir del verde y del césped!
Tanto que no me cabe
Tan difuso que no alcanzo a descifrarlo.

Solo yo, que huelo el verde
Que lo he olido antes
Tengo la llave.

Pero se me pierde en el teclado
Y lo intento de otro modo
Y se me pierde también en la tinta
Y en el carboncillo
Y se me pierde hasta en la lengua.

Piso el césped
Y huelo todo lo que ya no tengo.
Me pregunto si alguna vez lo tuve acaso.

Huelo el aire infestado de césped y de sol.
La cuestión del caminar errado
Vuelve a pisarme los talones y el orgullo.

¿Desde cuándo la falta de apetito, el ansia de quietud?

¿Desde cuándo, mi querido olor a césped, que me vienes más como recuerdo que como excusa para tener algo lindo en qué perder el tiempo?

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